Sentado sobre la nada

Salvado del futuro. Sentado sobre la nada. Incierto peregrinar por los recuerdos, pies que resbalan aquí un poco y otro poco allí: la nostalgia es una forma de la vejez que va llegando pero a la que miro aún de lejos pero no tanto. Se me aproxima y no trato de evitarla más que con algo de pena por el tiempo perdido. Porque los errores cometidos pertenecen al tiempo perdido. Bocadeé mi sándwich. Había olvidado ya grandes sueños y grandes realidades ficticias. Realidades que no existen más que en mis deseos. Sólo un presente de tranquilidad y de renuncia es lo que anhelo. Renuncia a la felicidad y a sus tempestades. Nunca más tanto el furor del amor: se agotó todo él. Lo sepulté con tantas otras cosas para poder respirar con ligereza Se agotaron las pasiones, las tristezas, la carcajada con ferocidad, el llanto inundador de mejillas y otras cosas más. Humedades en el alma. Nada por venir pero mejor así. Hastío del cansancio, mi alma está cansada de mi vida. Reboquéo mi sándwich, que ya va por algo más de la mitad. No tengo más ganas de sándwich y lo mordisqueo sin mirarlo, como si no estuviese por ahí entre mis dedos alargados v venosos. Sentado sobre la nada veo llegar otro otoño. Miro al cielo y veo las copas de las acacias, árboles miserables, árboles queridos. Veo el cielo entre sus ramas, nunca demasiado pobladas, triste ramaje que respira y que deja entrever: las hojas siguen ahí, verdosas. El otoño, que aún las respeta antes de abatirlas. Cuando se decida a llegar como un señor con nostálgico, anacrónico sombrero de quita y ponpón las hará caer donde el asfalto de la calle y hasta el año siguiente y yo sentado sobre la nada borrando la codicia y las ambiciones que un día tuve y que ahora son vago  recuerdo y nada más. Soy así. Aléjate de quien te recuerde mal o bien: definitivamente la vida es algo peligroso.

Qué tragedia no creer que hay algo perfecto. Y qué tragedia pensar que sí lo hay. Camino por el desierto y, por fin, al final veo un cristal por el se me cuela y se me escapa un haz de luz que me calienta y atrae y me convierte en mosquito zumbador que se golpea contra lo indefinido de la transparencia del vidrio. Luz de poliedro, engañosa como la de un diamantino. Muerdo mi sándwich otra vez: poco le queda más que un poco de pan y queso y me gusta así, más respirarlo que tragarlo. El sándwich, como yo, éramos muchos, éramos pocos, no éramos nadie. De pronto el queso pierde su olor: se lo ha llevado un resoplido que me alborotó el pelo también. Las cosas, que vienen y van y que miro pasar…Viento fuerte que viene no sé de dónde: me invade la curiosidad de saberlo y me esfuerzo por adivinarlo pero no hay resultado. Me levanto de la nada y camino sin rumbo. Me cruzo con morena de piel y miel y la miro. Soy un Adán dormido que no recuerda de dónde ha llegado y al que no le interesa girarse para mirar: sólo su caminar y sus zapatos importan y sirva esto de prólogo para comenzar a escribir.

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