Se me bajó la manzana, estúpido. Siempre tengo que explicártelo todo. Se me bajó la manzana. Vino la señora de rojo… Se levantó de un salto de la cama. Estaba un poco vestida, un poco desnuda. Puro corazón y visceralidad. No mucho cerebro. Estaba solita con su manzana y no contaba conmigo. Llevaba consigo una careta de mal humor que para qué. En relalidad no había más sitios a donde ir a esconderse en aquella habitación de hostal barato. Lo sueños y las esperanzas se nos habían chamuscado de tanto visitar lugares como este. Nada era como habíamos soñado y Faulkner aparecía por mi cabeza constantemente como un fantasma que me apunta con el dedo índice. Olor a lejía. El amor es una infección aquí.
Entreabro los ojos desde la cama y la veo sentada en el bidé. Tiene la puerta entreabierta, las manos apoyadas en las sienes, los codods en las rodillas y las bragas a la altura de los tobillos. Está comenzando a pasar su mal trago mensual. Desde mi posición me recordó a una estatua. De alguna manera lo siento por ella. Nos habíamos hecho demasiadas promesas y ahora todo era decepción pero yo tenía demasiada resaca como para intentar hacer el más mínimo intento por comprenderla. Tal vez más tarde volvería a intentartarlo. Canciones tristes de amores desgarrados, de hombres y mujeres abandonados entraban por la ventana abierta. No había ni una ligera brisa que moviese las cortinas, el calor era sofocante y eso hacía que todo fuese peor, que nos volviésemos más locos. Las canciones tristes que entraban por la ventana me recordaban que en algún momento debería volver a ser un hombre. Otra vez había fracasado en mi búsqueda del manual de como levantarse de la cama en estas situaciones, de como besarla en estas situaciones, de como encontrar un lugar donde tomar una taza de café, de como fumar el primer cigarro de la mañana para aplacar esta tos insoportable, de como vestirme, arreglar el coche, conducir siempre hacia el Sur…
Una vez tuve un cajón en el que guardaba recuerdos y garbancitos de la buena suerte. Pero ella está inmóvil y no se levanta del bidet y yo tampoco de la cama. Tengo las sábanas enredadas por todo el cuerpo y me siento como atado y síento que me cago, me cago en el hiperrealismo que nos consume porque la realidad, la realidad… Me pregunté si quedaba de anoche algún cigarro por los alreddores, tal vez en un bolsillo de la camisa o en el suelo encima de la moqueta. Siempre suele estar el último cigarro entre la inmundicia, entre un montón de monedas, cuando ya no fuiste capaz de pagar al camarero con la calderilla y sacabas los pocos billetes que te quedaban. Nada de contar monedas. Estiro el brazo y busco en la mesilla de noche. Un reloj, un pastillero, una lámpara. Nada de cigarros. Sigo buscando con la mano tanteando el resto de objetos que no logro identificarl No voy a tirar la lámpara al suelo. No laa voy a tirar. Tiro la lámpara. Ella ni se mueve. Hilos de sangre corren por sus muslos.
Vermut.
El coche dejó de arrancar anoche. Ella me dijo que habíamos tropezado con algo, con una piedra, o que nos habíamos metido en un agujero en el asfalto. Cualquier cosa por recordarme mi torpeza. Yo pensaba que era la correa de la distribución pero posiblemente estaba equivocado. Yo no sabía absolutamente nada de mecánica de coches ni de nada. Pero tampoco habíamos tropezado ni metido en un agujero. Sólo era un coche viejo, un coche de mierda que había dicho basta. Un dinosaurio que había pasado a la posteridad y que ya merecía un descanso y un cementerio para coches.
Vermut.
Vivimos para morir. Recordamos para olvidar. Una vez tuve un cajón. Pensé que ella también había temido alguna vez un cajón. Un gran cajón en un mundo de cajones de olor a lavanda y a suavizante. Pero cada uno toma sus decisiones aunque luego resulte que son equivocadas. Los sueños sueños son.
Vermut.
Un camarero en manga corta y con los brazos lleno de tatuajes me sirve mi copa. Intenta que hablemos sobre algom una charla distendida, una charla insustancial pero yo no estoy para charlas de ningún tipo y temo el moento en el que ella aparezca. Debe ser alrededor de la una del medio día y el calor es ya insoportable. Hermano, oh hermano este sidí me lo traje de Colombia. Yo viví trece años en Colombia y volvería allí sin dudarlo. De la pura Colombia pero el problema es el de siempre y tengo mujer e hijos, cinco hijos. Le digo que el sidí ne gusta, por decir algo y temino mi copa, mi desayuno con aceitunas. La cabeza me retumba ante todo aquel palabrerío.
La veo aparecer por la escalera, con su mochila al hombro. Probablemente ahora empieza lo peor.