Archivo mensual: junio 2013

Los tirados II

Pero el coche finalmete sí rugió. Primero lo hizo con un ronronear dubitativo y luego arrancó, quién sabe para llegar hasta dond para llegar hasta donde le llegasen las fuerzas. aquel lugar era incierto pero de momento parecía respirar estertoreamente otra vez. Los dos sonrieron en silencio. Tenían miedo de empezar a pisar los pedales pero lo hicieron y comenzaron a dar marcha atrás por aquel terraplén de tierra y guijarros. Ten cuidado dijo ella. Lo tengo dijo él y enfilaron la carretera, pisando a fondo, rumbo al Sur desconocido, rumbo al mar del oleaje y del viento. Encendieron la radio. Una banda tocaba mezclando trompeta y saxofón,  guitarras y golpes de batería. Sonaba a música de angeles mezclada por el poderoso rugir del motor. Y para qué pensar en ir a otro lugar cuando la música y la vida está ahora aquí, entre nosotros. Pensó él. La miró y la expresión de ella su mirada furtiva de ojos entrecerados lo sobrecogió: parecía feliz y él se acomodó en el cohe: ahora comenzaba a conducir relajadamente. Por la mañana se habían despedido, habían preguntado al duello de aquel motel infecto a qué hora psaba el autobús del retorno, el de los frustrados y ahora navegaban de nuevo juntos y él conduciendo y derrochando sonrisas de medio lado y la música de aquella banda sonando en la radio. Ahora giraron a la derecha, torcieron a la izquierda por la carretera serpentina y el olor del salitre comenzó a llegarles. Aún no vieron nada porque los montes y las suaves laderas se lo impidieron. El individuo solitario es vulnerable, pensó, y se alegró otra vez de tenerla a su lado.

Los tirados

Pero aunque ella asegurase que el coche se había detenido repentina , subita y definitivamente por mi culpa y mi torpeza tras pasar sobre una de las zanjas que había en el camino y de que había sido, una vez más algo relacionado con mi falta de pericia, el coche se detuvo porque ya no pudo más. Habíamos recorrido en el cientos de kilómetros, el coche acumulaba miles en su motor y dijo basta. Basta de una vez. Despùés de sortear la zanja en la que nuca caimos y de llegar a un lugar cercano a la puerta de la recepción de un hostal, el motor del coche hizo un ruido parecido al que hace el moribuno durante su último estertor y entonces se apagó para siempre con solemne dignidad. El coche era de ella pero era yo el que lo venía conduciendo durante las últimas semanas. Ella se sentía agotada y harta para seguir haciéndolo. Yo entraba mal en los cruces, me acercaba demasiado a las aceras, iba rápido cuando tenía que ir despacio y no señalizaba nada, decía ella, pero aún así me cedía el privilegio de la conducción de aquel coche moribundo. Cuando se apagó enfrente de la puerta del motel de mala muerte donde habíamos improvisadamente pasar la noche, como siempre hacíamos, improvisadamente, insospechadamente y la mayor parde de las veces con resultados catastróficos, ella me miró. Yo esperaba su andanada de reproches pero el cansancio, probablemente, la hizo retroceder. La disuadió, de alguna manera de comenzar una larga y agotadora discusión. Yo no intenté encenderlo porque estaba seguro de que aquel era el final y bajé precipitamente, lo miré desde fuera y vi un cadáver, igual que lo vió ella al salir de sus tripas. Pero no era momento para pensar. Fuimos hacia la recepción y pedí una habitación con baño. Ella subió inmediatamente mientras yo compraba en el bar una botella de algo fuerte para pasar la noche. Hacía días, ya no recordaba cuándo, que se nos habían terminado las benzodiacepinas y los médicos de los pueblos miserables, casi abandonados, por donde habíamos pasado se habían negado a darnos una receta para pasar una noche al menos. Así que cambiamos las benzodiacepinas por una botella de vodka o de lo que fuese. Abrí la puerta de la habitación. Ella estaba desnudándose, poniéndose un camisón  de seda negro, desgastado y algo sucio ya, usado, que había perdido todo su erotismo, como un día lo tuvo. Sentada en la cama se quitaba los zapatos con cara de hastío, con cara de chunga, decía yo. Le propuse que bajásemos al bar a comer algo, le dije que había un lugar al lado con música y luces ténues, un lugar para tranquilizarnos y comer algo. Me mandó a la mierda con la mirada. Mi camino era siempre hacia adelante y no tenía marcha atrás. Yo seguiría hacia el Sur fuese cual fuese la decisión que tomase ella. Estaba dispuesto a ello y la idea no tener posibilidad de dar marcha atrás hasta me divertía. Pero para ella no era así. A ella le hubiese gustado tener la posibilidad de volver, de incorporarse al mundo de familias y amigos al que pertenecía y que había abandonado por un amor desquiciado y suidida. Ahora sólo podía seguir avanzando, hacia el Sur, con alguien que hacía tiempo que había comenzado a despreciar, con alguien del que comenzaba a estar hastiada. Y a mí, la idea de haber perdido el coche me horrorizaba, no por mí, que tenía recursos como para seguir mi destino tal vez en un autobus o como autoestopista; tenía miedo al horror de ella, al su violenta reacción de pánico cuando asumiese que su coche ya no estaba disponible para nosotros.

Abrí la botella de vodka y bebí un trago largo, Luego fui al baño y puse un par de dedos en un vaso de enjuagarse la boca. Se lo di. Ella lo agarró sin mirarme y se lo bebió de un trago. Extendió el brazo para que volviese a llenárselo. Eso me alivió. Sabía que aquella noche no discutiríamos. El coche, el cansancio y el vodka harían su trabajo y podríamos dormir. Volví a echar otro largo trago y le dije sonriendo patéticamente que pronto habría que bajar al bar a comprar otra botella. Ni me miró y siguió setada en la cama con su cara de chunga. Decidí dejar de mirarla porque me sepultaba en mi propia tumba con esa actitud. Y sabía que mañana llegarían los reproches, cuando intentase arreglar el coche y no pudiese, no supiese… Yo no sabía nada de mecánica. No sabía si la correa de la distribución era una cuerda o una cadena y tampoco sabía donde encontrarla. En realidad no estaba seguro si sabría llegar hasta el motor. Todo lo relacionado con mecánica simpre me había dado igual, como la mayor parte de las cosas pero aún la quería y temía darle motivos para que me ofendiese con sus palabras afiladas y sus brazos cruzados, delante de mí y yo sudando la gota gorda por la deseperación de volver a decepcionarla. Bebí otro trago para disipar ideas. Empezaba a estar algo tocado. Ella bebía su segundo vaso con más calma. Finalmente lo apuró de un trago y, en silencio, se tapó con las sábanas. Dijo algo antes de girar la cabeza hacia donde no estaba yo, algo que no entendí. La ventaba estaba abierta y la luz de las farolas del aparcamiento entraba suavemente. Ahora estábamos en penumbra y sabía que podría estar en calma al menos por una noche. Le dije tímidamente que bajaría al bar del que le había hablado a intentar comer algo, un sandwich, lo que fuese. Tampoco el dinero abundaba. Salí y caminé despacio hacia el único lugar en donde parecía que hubiese  gente y luces. Por tétrico que fuese allí pasaría un buen par de horas tomándome mis nueva ración de benzodiacepinas.

(continuará)

Vagabundos en Berlín

Se me bajó la manzana, estúpido. Siempre tengo que explicártelo todo. Se me bajó la manzana. Vino la señora de rojo… Se levantó de un salto de la cama. Estaba un poco vestida, un poco desnuda. Puro corazón y visceralidad. No mucho cerebro. Estaba solita con su manzana y no contaba conmigo. Llevaba consigo una careta de mal humor que para qué. En relalidad no había más sitios a donde ir a esconderse en aquella habitación de hostal barato. Lo sueños y las esperanzas se nos habían chamuscado de tanto visitar lugares como este. Nada era como habíamos soñado y Faulkner aparecía por mi cabeza constantemente como un fantasma que me apunta con el dedo índice. Olor a lejía. El amor es una infección aquí.Image

Entreabro los ojos desde la cama y la veo sentada en el bidé. Tiene la puerta entreabierta, las manos apoyadas en las sienes, los codods en las rodillas y las bragas a la altura de los tobillos. Está comenzando a pasar su mal trago mensual. Desde mi posición me recordó a una estatua. De alguna manera lo siento por ella. Nos habíamos hecho demasiadas promesas y ahora todo era decepción pero yo tenía demasiada resaca como para intentar hacer el más mínimo intento por comprenderla. Tal vez más tarde volvería a intentartarlo. Canciones tristes de amores desgarrados, de hombres y mujeres abandonados entraban por la ventana abierta. No había ni una ligera brisa que moviese las cortinas, el calor era sofocante y eso hacía que todo fuese peor, que nos volviésemos más locos. Las canciones tristes que entraban por la ventana me recordaban que en algún momento debería volver a ser un hombre. Otra vez había fracasado en mi búsqueda del manual de como levantarse de la cama en estas situaciones, de como besarla en estas situaciones, de como encontrar un lugar donde tomar una taza de  café, de como fumar el primer cigarro de la mañana para aplacar esta tos insoportable, de como vestirme, arreglar el coche, conducir siempre hacia el Sur…

Una vez tuve un cajón en el que guardaba recuerdos y garbancitos de la buena suerte. Pero ella está inmóvil y no se levanta del bidet y yo tampoco de la cama. Tengo las sábanas enredadas por todo el cuerpo y me siento como atado y síento que me cago, me cago en el hiperrealismo que nos consume porque la realidad, la realidad… Me pregunté si quedaba de anoche algún cigarro por los alreddores, tal vez en un bolsillo de la camisa o en el suelo encima de la moqueta. Siempre suele estar el último cigarro entre la inmundicia, entre un montón de monedas, cuando ya no fuiste capaz de pagar al camarero con la calderilla y sacabas los pocos billetes que te quedaban. Nada de contar monedas. Estiro el brazo y busco en la mesilla de noche. Un reloj, un pastillero, una lámpara. Nada de cigarros. Sigo buscando con la mano tanteando el resto de objetos que no logro identificarl No voy a tirar la lámpara al suelo. No laa voy a tirar. Tiro la lámpara. Ella ni se mueve. Hilos de sangre corren por sus muslos.

Vermut.

El coche dejó de arrancar anoche. Ella me dijo que habíamos tropezado con algo, con una piedra, o que nos habíamos metido en un agujero en el asfalto. Cualquier cosa por recordarme mi torpeza. Yo pensaba que era la correa de la distribución pero posiblemente estaba equivocado. Yo no sabía absolutamente nada de mecánica de coches ni de nada. Pero tampoco habíamos tropezado ni metido en un agujero. Sólo era un coche viejo, un coche de mierda que había dicho basta. Un dinosaurio que había pasado a la posteridad y que ya merecía un descanso y un cementerio para coches.

Vermut.

Vivimos para morir. Recordamos para olvidar. Una vez tuve un cajón. Pensé que ella también había temido alguna vez un cajón. Un gran cajón en un mundo de cajones de olor a lavanda y a suavizante. Pero cada uno toma sus decisiones aunque luego resulte que son equivocadas. Los sueños sueños son.

Vermut.

Un camarero en manga corta y con los brazos lleno de tatuajes me sirve mi copa. Intenta que hablemos sobre algom una charla distendida, una charla insustancial pero yo no estoy para charlas de ningún tipo y temo el moento en el que ella aparezca. Debe ser alrededor de la una del medio día y el calor es ya insoportable. Hermano, oh hermano este sidí me lo traje de Colombia. Yo viví trece años en Colombia y volvería allí sin dudarlo. De la pura Colombia pero el problema es el de siempre y tengo mujer e hijos, cinco hijos. Le digo que el sidí ne gusta, por decir algo y temino mi copa, mi desayuno con aceitunas. La cabeza me retumba ante todo aquel palabrerío.

La veo aparecer por la escalera, con su mochila al hombro. Probablemente ahora empieza lo peor.