Archivo mensual: abril 2012

Despedidas

Ayer me llegó la noticia de que hacía cinco años que había enterrado a mi abuelo. Los funerarios me enviaron sus condolencias por correo y me recordaron que debía pagar cierta suma si quería mantener a mi abuelo en su nicho de un cementerio céntrico y accesible. En caso de no pagar lo mandarían a la fosa común. En ningún momento dudé de que pagaría pero no fue eso lo que me atormentó realmente. Una vez más el paso del tiempo era lo que no era capaz de digerir: ¿qué había pasado con esos cinco años? Cuando recibí la noticia yo dormía en un hotel de Madrid. Compartíamos cuatro la habitación de la pequeña pensión de Sol. A menudo me he preguntado por qué estas cosas a mí me parece que siempre ocurren por la noche, cuando nuestros propios fantasmas han salido a pasear desde nuestro subconsciente. Su morada habitual. A. respiraba a mi lado y recuerdo que por aquel entonces ya flotaban a mi alrededor ciertas amarguras que después se fueron haciendo definitivas, amarguras que no era capaz de tragar ni con azucarillos y es que ni azucarillos me quedaban ya. Mi teléfono sonó y, como si lo esperase, lo contesté casi al instante. No quería que los demás se despertasen y creo ahora, cinco años después, que no lo hicieron. No lo recuerdo bien pero fue la voz de cerdo del propietario de la residencia de ancianos quien me informó de lo que había ocurrido conla vida de mi abuelo. Me dijo que todo fue muy breve y rápido. No quería su pésame. Sólo darle una ostia en cuanto tuviese delante su jeta porcina. Colgué casi sin decir adiós. No estaba triste. Tan solo pensaba que la vida era una pura mierda. Odié mi vida, imaginaria. Odié a los hombres, imaginarios. Odié a todos los dioses, imaginarios y me odié a mí mismo como hombre. Imaginario. Quizás A. me preguntó quién era, no estoy seguro. Duerme, le contesté. Aún serecostaba a mi lado cuando estaba de buen humor. Cuando dejaba deestarlo no me daba ni agua. Pero como no estoy seguro de si me lo preguntó tampoco estoy seguro de si le contesté. Yo también seguí durmiendo en aquella noche imaginaria de aquella pensión imaginaria de aquella ciudad ya imaginaria para mí desde hacía mucho tiempo. Lo único que no era imaginario era que mi abuelo había terminado su guerra y me había dejado más solo de lo que nunca estuve.

Un par de días después lo enterramos. Sólo éramos seis o siete personas en aquella mañana en la que la fina lluvia de primavera nos calaba despacio. No hacía frío pero la humedad era insoportable. Varios funerarios se acercaron al féretro y me invitaron a transportarlo con ellos. Agarré como pude una esquina y caminé junto a ellos por el barro mientras las lágrimas se me mezclaban con el agua de aquel orbayo impenitente. Lo dejé en el suelo, junto al nicho y le di un par de palmadas al féretro de madera, como si se las hubiese dado a mi abuelo en la espalda. Me agaché, lo besé y me di media vuelta para alejarme y despedirme. Me mantuve en pie unos metros más atrás. Todos lloraban a mi alrededor y ahora, con el paso de estos cinco años he comprendido que eran lágrimas sinceras, lágrimas que también caían por mí mismo, por la soledad en la que me quedaba. Todo fue rápido. Los sepultureros enladrillaron la entrada del nicho y todo hubo terminado.

Ahora han pasado cinco años y no sé dónde están, qué ha quedado de ellos y tampoco sé cómo he podido sobrevivir sin aquel hombre. Sigo perdido entre la lluvia, buscando el lugar al que pertenecer. Con él se fue la mitad de mí mismo y ahora soy medio hombre que busca como ser un hombre entero.