El hombre es tan sólo un ser para la muerte, algo arrojado al mundo y no hay posibilidad de redención cuando ya estás muerto. Hice un inventario de mis pecadillos rápidamente, como el que lee nada más que el titular de los diarios y se deja el grueso de la noticia. Si a nadie le importaban ya mis errores cometidos a lo largo de una vida menos lo hacían a mí. Entonces animé a mi sicario privado para que disparase de una vez, le advertí que yo ya había terminado con lo mío y no tenía nada más que decirle ni a dios ni a nadie. Además, dios no existe. De rodillas, mirando hacia la puerta y con mi asesino detrás apuntándome al cráneo con un revolverde la Guerra Civil española, esperé oír durante una décima de segundo el percutir del gatillo, el fogonazo y la bala traspasarme los bilungos pelos dela cabeza entrando por el occipitálido. Detrás lo oía respirar a él. Me llegaba un suave olor a grosellas y no estaba seguro de si era su aliento, el mío o el de los dos. En un momento como aquel siempre había estado seguro de que me mearía encima o de que me derrumbaría sollozando pidiendo clemencia no a mi verdugo sino a los otros cadáveres que había ido dejando por el camino y a los que estaba a punto de unirme pero con la cabeza hecha un cristo humeante con olor a pollo frito.Aquellos ectoplasmas que revoloteaban como mariposas nocturnas cada noche,cuando me despertaba sudando, gritando…
– Vamos.Dispara ya. Estar aquí no tiene sentido para ninguno de los dos.
El sanguinario asesino apretó el gatillo. Todo terminó donde nunca debía haber empezado, en una inmunda cloaca, en los arrabales del fétido Madrid, donde hace lustros que dejó de correr el viento.
II
Un hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo y yo, de entre todo el amplísimo abanico de posibilidades había tomado la firme decisión de ser un miserable. Lo había hecho de una forma libre, responsable y sin excusas. Lo malo de ello, lo malo de meter la pata es que uno se acostumbra a ello… Rossie no se acostumbró. No se acostumbró en absoluto. Ella solía llevar unos manguitos peludos en los antebrazos para quitarse el frío, algo ridículo que estaba convencida de que era muy vintage. Sin embargo, pese a su convicción,eran horribles y yo los aborrecía. Cuando decidí verla por última vez sabía que un casual encuentro entre nosotros sería siempre el menos casual de los encuentros pero esta vez forcé uno, el último,en una estación de metro por donde sabía que ella pasaría a una hora indeterminada del día. Hacía meses que se había marchado y yo ya había perdido toda esperanza de recuperar mi trabajo, de recuperar a Rossie y mucho menos derecuperar mi vida ni mis pelotas. Sabía que al día siguiente un despiadadosicario me volaría la quijotera y que aquella era mi última oportunidad deverla mover su culo con esa cadencia pendular que la caracterizaba. Me senté en un escalón del metro y esperé. Llevaba varias cervezas en una bolsa de plásticoy unas cuantas más en los bolsillos como si fuesen granadas de mano. Y realmente iban a serlo cuando ella apareciese, granadas de mano que me explotarían delante de la nariz pero aun así no podía evitar pasar el último día de mi vida sobrio.
– El hombre podría sobrevivir muy bien sin el hombre. Pensé mientras esperaba su incierta llegada.
Pero Rossie sí llegó. Por supuesto que llegó. Apareció en medio de una marea humana de pestilentes estudiantes de Filosofía, de ejecutivos que engañaban a sus mujeres con una mujer peor en todos los sentidos a cambio tan sólo de camuflar sus frustraciones de mierda de mundo occidental. Rossie apareció como otro ectoplasma más, con su habitual camuflaje de normalidad aparente. Pero Rossie estaba muy viva, con sus manguitos en los brazos y sus tetas despampanantes. Aquella mujer que en su día me amó por compasión estaba ahora ante mis ojos y la pregunta sobre si su muerte era inevitable me asaltó. ¿Debía matarla y luego violarla? Seguro que ella preferiría que fuese en el otro orden.
– ¿Qué estás haciendo aquí? Apestas a alcohol y a no sé qué más.
– Había pensado venir para asesinarte. Pero creo que me conformaré con despedirme. Soy más bien británico y sajón. No me van los crímenes de los folletines italianos.
Oli odiaba lo italiano. Al Duce, la pasta asciutta y el putoDuomo. Odiaba hasta a Sofía Loren. Rossie parecía italiana, con su pelo castaño oscuro y su vientre color aceituna de la Toscana aunque Oli no sabía dónde estaba la Toscana.
– Hmmm. Eso me suena a violencia de género, querido Oli. ¿Me vas a pegar un porquito?
Dijo ella desafiante, sonriendo de medio lado. Oli pensó que,de alguna manera y bajo alguna circunstancia a ella le gustaría que le pegasen “un poquito”.
– Bueno, Rossie. El género en sí ya es una forma de violencia. No somos cuerpos parlantes asexuados, como tú bien sabes. No somos inodoros, insaboros ni incoloros, bueno, yo un poco inodoro sí… La sexualidad es un modo de ser de toda persona humana y en tu caso doblemente.
– ¿Es esto lo que has venido a decirme? Tengo que seguir bostezando con tus teorías y tu disfraz de filosofastro? Por mucho que te empeñes nuestro último polvo pertenece al pasado. Desengáñate, sólo formas parte de esa manada de lobos en constante devenir que piensa que decirle que sí a sexo es decirle que no al poder. Yo tengo ahora el poder, Oli. Debemos acabar con el amor si queremos ser libres.
Oli quería ser libre pero en ese momento era un estropajo mugriento que se metía la mano en el bolsillo para agarrarse la pilila para no mearse encima. Rossie era un gigante sexual con sensuales circularidades por todo su organismo interno y externo. Algo excepcional, una vez más.
– No. Vine a asesinarte. ¿Ya no te acuerdas? Pero cambié de opinión. Al final resultó que tu muerte no era inevitable, Desdémona.
Oli la miraba desde su metro noventa pero parecía un pequeño gnomo, un hobbit enano, imberbe y un pichafloja que alguna vez disfrutó con su supuesto priapismo. Y ella era tan hermosa dentro de su disfraz mutante…
– El caso es que vine a despedirme. Me voy a ver como las nubes pasan.
– ¿Vuelves entonces?
Algo imperceptible tembló muy al fondo de su garganta. Rossieera humana al final de todo, pese a su anarquismo sexual, pese a demostrarme que el amor nos vuelve codificables, comprensibles, integrables, normales. ¿Era eso bueno? No lo sabía. Tal vez Rossie sí. Lo miró desde su agujero negro primordial y se perdió, una vez más, entre el resto de hormigas que a esas horas abarrotan el metro deambulando perdidas en todas direcciones.
III
Pero no morí. Resultó que mi sanguinario verdugo era uno de los mendigos a los que había invitado a cerveza para entrar en confianza en mis tardes de boulevard con tan gentil compañía y que, estando él absolutamente ebrio y a cambio de unos pacharanes y unos aguardientes había accedido a convertirse en sicario por un rato, sujetar un arma que no funcionaba desde hacía lustros a unos quince centímetros de mi cabezota y, si era posible,disparar. El viejo cumplió con su tarea pese a los temblores y a los sollozos. Cumplió a medias. A aquella distancia apretó el gatillo pero erró el disparo y la bala salió despedida contra un montón de ladrillos que había apilados al fondo de aquel almacén. La bala era vieja y estaba pasada y la pistola se incendió en la mano del pobre desdichado en elmomento del fogonazo. El vagabundo comenzó a dar saltos por la estancia tratando de apagar el fuego de una mano con la palma de la otra, con lo que susituación era cada vez más catastrófica. Mientras, un hilo de sangre me corríapor una oreja, pero no por el disparo sino por una astilla que había saltado dealgún ladrillo. El pobre viejo seguía saltando, vi cómo se meaba encima y pude oler como se cagaba. Cuando pude salir de mi sorpresa me abalancé sobre él para intentar ayudarlo pero todo era cada vez peor. El hombre estaba enloquecido y parecía tener la fuerza de catorce negros. Así que, casi por casualidad ydespués de dar mil vueltas sobre sí mismo, consiguió salir por la puerta con la que previamente se había roto la nariz y se alejó con sus quemaduras y sus cagamentos.
Así fue como al final no morí. Y ahora estoy aquí. Escribiendo la historia del intento de asesinato frustrado perpetrado por mí mismo contra mí mismo, escribiendo la historia de este miserable que ni pegarse un tiro pudo pero que ahora, con los pies bañados por el agua del mar y un suave anochecer gaditano, recuerda cómo se arrastró como un gusarapo por las calles más mugrientas de Madrid. La meta fue el éxtasis, el sueño: la muerte. Al fondo de la playa la ya escasa luz aún me deja ver las dunas. El viento de Levante rugirá esta noche y más allá de los matorrales, mi pequeña Margot me espera junto a las toallas y los restos de los sandwichitos para que esta noche haga con ella lo que nunca nadie hizo. Margot sabe que el amor es la herramienta del amo, como hubiese dicho la lejana Rossie. Pero no le importa,es feliz así. Pero antes de que la haga mía una vez más es medio de nuestro caos de felicidad, cenaremos rabanitos y nos reiremos de los peces de colores desde nuestro balcón observatorio mientras le oprimo la vejiga para que se haga pis encima. Amor verdadero.