Archivo mensual: febrero 2012

SINFONÍA PARA UN HUNDIMIENTO II (Rondo finale).

 Miguel Coluccelli

El hombre es tan sólo un ser para la muerte, algo arrojado al mundo y no hay posibilidad de redención cuando ya estás muerto. Hice un inventario de mis pecadillos rápidamente, como el que lee nada más que el titular de los diarios y se deja el grueso de la noticia. Si a nadie le importaban ya mis errores cometidos a lo largo de una vida menos lo hacían a mí. Entonces animé a mi sicario privado para que disparase de una vez, le advertí que yo ya había terminado con lo mío y no tenía nada más que decirle ni a dios ni a nadie. Además, dios no existe.  De rodillas, mirando hacia la puerta y con mi asesino detrás apuntándome al cráneo con un revolverde la Guerra Civil española, esperé oír durante una décima de segundo el percutir del gatillo, el fogonazo y la bala traspasarme los bilungos pelos dela cabeza entrando por el occipitálido. Detrás lo oía respirar a él. Me llegaba un suave olor a grosellas y no estaba seguro de si era su aliento, el mío o el de los dos. En un momento como aquel siempre había estado  seguro de que me mearía encima o de que me derrumbaría sollozando pidiendo clemencia no a mi verdugo sino a los otros cadáveres que había ido dejando por el camino y a los que estaba a punto de unirme pero con la cabeza hecha un cristo humeante con olor a pollo frito.Aquellos ectoplasmas que revoloteaban como mariposas nocturnas cada noche,cuando me despertaba sudando, gritando…

–         Vamos.Dispara ya. Estar aquí no tiene sentido para ninguno de los dos.

El sanguinario asesino apretó el gatillo. Todo terminó donde nunca debía haber empezado, en una inmunda cloaca, en los arrabales  del fétido Madrid, donde hace lustros que dejó de correr el viento.

II

Un hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo y yo, de entre todo el amplísimo abanico de posibilidades había tomado la firme decisión de ser un miserable. Lo había hecho de una forma libre, responsable y sin excusas. Lo malo de ello, lo malo de meter la pata es que uno se acostumbra a ello… Rossie no se acostumbró. No se acostumbró en absoluto. Ella solía llevar unos manguitos peludos en los antebrazos para quitarse el frío, algo ridículo que estaba convencida de que era muy vintage. Sin embargo, pese a su convicción,eran horribles y yo los aborrecía. Cuando decidí verla por última vez sabía que un  casual encuentro entre nosotros sería siempre el menos casual de los encuentros pero esta vez forcé uno, el último,en una estación de metro por donde sabía que ella pasaría a una hora indeterminada del día. Hacía meses que se había marchado y yo ya había perdido toda esperanza de recuperar mi trabajo, de recuperar a Rossie y mucho menos derecuperar mi vida ni mis pelotas. Sabía que al día siguiente un despiadadosicario me volaría la quijotera y que aquella era mi última oportunidad deverla mover su culo con esa cadencia pendular que la caracterizaba. Me senté en un escalón del metro y esperé. Llevaba varias cervezas en una bolsa de plásticoy unas cuantas más en los bolsillos como si fuesen granadas de mano. Y realmente iban a serlo cuando ella apareciese, granadas de mano que me explotarían delante de la nariz pero aun así no podía evitar pasar el último día de mi vida sobrio.

–         El hombre podría sobrevivir muy bien sin el hombre. Pensé mientras esperaba su incierta llegada.

Pero Rossie sí llegó. Por supuesto que llegó. Apareció en medio de una marea humana de pestilentes estudiantes de Filosofía, de ejecutivos que engañaban a sus mujeres con una mujer peor en todos los sentidos a cambio tan sólo de camuflar sus frustraciones de mierda de mundo occidental. Rossie apareció como otro ectoplasma más, con su habitual camuflaje de normalidad aparente. Pero Rossie estaba muy viva, con sus manguitos en los brazos y sus tetas despampanantes. Aquella mujer que en su día me amó por compasión estaba ahora ante mis ojos y la pregunta sobre si su muerte era inevitable me asaltó. ¿Debía matarla y luego violarla? Seguro que ella preferiría que fuese en el otro orden.

–         ¿Qué estás haciendo aquí? Apestas a alcohol y a no sé qué más.

–         Había pensado venir para asesinarte. Pero creo que me conformaré con despedirme. Soy más bien británico y sajón. No me van los crímenes de los folletines italianos.

Oli odiaba lo italiano. Al Duce, la pasta asciutta y el putoDuomo. Odiaba hasta a Sofía Loren. Rossie parecía italiana, con su pelo castaño oscuro y su vientre color aceituna de la Toscana aunque Oli no sabía dónde estaba la Toscana.

–         Hmmm. Eso me suena a violencia de género, querido Oli. ¿Me vas a pegar un porquito?

Dijo ella desafiante, sonriendo de medio lado. Oli pensó que,de alguna manera y bajo alguna circunstancia a ella le gustaría que le pegasen “un poquito”.

–         Bueno, Rossie. El género en sí  ya es una forma de violencia. No somos cuerpos parlantes asexuados, como tú bien sabes. No somos inodoros, insaboros ni incoloros, bueno, yo un poco inodoro sí… La sexualidad es un modo de ser de toda persona humana y en tu caso doblemente.

–         ¿Es esto lo que has venido a decirme? Tengo que seguir bostezando con tus teorías y tu disfraz de filosofastro? Por mucho que te empeñes nuestro último polvo pertenece al pasado. Desengáñate, sólo formas parte de esa manada de lobos en constante devenir que piensa que decirle que sí a sexo es decirle que no al poder. Yo tengo ahora el poder, Oli. Debemos acabar con el amor si queremos ser libres.

Oli quería ser libre pero en ese momento era un estropajo mugriento que se metía la mano en el bolsillo para agarrarse la pilila para no mearse encima. Rossie era un gigante sexual con sensuales circularidades por todo su organismo interno y externo. Algo excepcional, una vez más.

–         No. Vine a asesinarte. ¿Ya no te acuerdas? Pero cambié de opinión. Al final resultó que tu muerte no era inevitable, Desdémona.

Oli la miraba desde su metro noventa pero parecía un pequeño gnomo, un hobbit enano, imberbe y un pichafloja que alguna vez disfrutó con su supuesto priapismo. Y ella era tan hermosa dentro de su disfraz mutante…

–         El caso es que vine a despedirme. Me voy a ver como las nubes pasan.

–         ¿Vuelves entonces?

Algo imperceptible tembló muy al fondo de su garganta. Rossieera humana al final de todo, pese a su anarquismo sexual, pese a demostrarme que el amor nos vuelve codificables, comprensibles, integrables, normales. ¿Era eso bueno? No lo sabía. Tal vez Rossie sí. Lo miró desde su agujero negro primordial y se perdió, una vez más, entre el resto de hormigas que a esas horas abarrotan el metro deambulando perdidas en todas direcciones.

III

Pero no morí. Resultó que mi sanguinario verdugo era uno de los mendigos a los que había invitado a cerveza para entrar en confianza en mis tardes de boulevard con tan gentil compañía y que, estando él absolutamente ebrio y a cambio de unos pacharanes y unos aguardientes había accedido a convertirse en sicario por un rato, sujetar un arma que no funcionaba desde hacía lustros a unos quince centímetros de mi cabezota y, si era posible,disparar. El viejo cumplió con su tarea pese a los temblores y a los sollozos. Cumplió a medias. A aquella distancia apretó el gatillo pero erró  el disparo y la bala salió despedida contra un montón de ladrillos que había apilados al fondo de aquel almacén. La bala era vieja y estaba pasada y la pistola se  incendió en la mano del pobre desdichado en elmomento del fogonazo. El vagabundo comenzó a dar saltos por la estancia tratando de apagar el fuego de una mano con la palma de la otra, con lo que susituación era cada vez más catastrófica. Mientras, un hilo de sangre me corríapor una oreja, pero no por el disparo sino por una astilla que había saltado dealgún ladrillo. El pobre viejo seguía saltando, vi cómo se meaba encima y pude oler como se cagaba. Cuando pude salir de mi sorpresa me abalancé sobre él para intentar ayudarlo pero todo era cada vez peor. El hombre estaba enloquecido y parecía tener la fuerza de catorce negros. Así que, casi por casualidad ydespués de dar mil vueltas sobre sí mismo, consiguió salir  por la puerta con la que previamente se había roto la nariz y se alejó con sus quemaduras y sus cagamentos.

Así fue como al final no morí. Y ahora estoy aquí. Escribiendo la historia del intento de asesinato frustrado perpetrado por mí mismo contra mí mismo, escribiendo la historia  de este miserable que ni pegarse un tiro pudo pero que ahora, con los pies bañados por el agua del mar y un suave anochecer gaditano, recuerda cómo se arrastró como un gusarapo por las calles más mugrientas de Madrid. La meta fue el éxtasis, el sueño: la muerte. Al fondo de la playa la ya escasa luz aún me deja ver las dunas. El viento de Levante rugirá esta noche y más allá de los matorrales, mi pequeña Margot me espera junto a las toallas y los restos de los sandwichitos para que esta noche haga con ella lo que nunca nadie hizo. Margot sabe que el amor es la herramienta del amo, como hubiese dicho la lejana Rossie. Pero no le importa,es feliz así. Pero antes de que la haga mía una vez más es medio de nuestro caos de felicidad,  cenaremos rabanitos y nos reiremos de los peces de colores desde nuestro balcón observatorio mientras le oprimo la vejiga para que se haga pis encima. Amor verdadero.

SINFONÍA PARA UN HUNDIMIENTO (adagietto).

Miguel Coluccelli

Aquella mañana, al despertar, decidí de una vez por todas que dios no era un buen tipo. Y además fascista. Aquella era mi primera semana sin trabajo. Algunos días atrás me habían despedido por bajo o bajísimo rendimiento y aquel despido había sido la culminación de una serie encadenada y sumarísima de calamidades que me habían venido sucediendo en los últimos meses. Había estado bebiendo los últimos cinco días. No. Bebiendo no alcanza la verdadera dimensión del asunto. Había estado completa y absolutamente borracho, arrastrado como un gusano y dándome baños de mis propios vómitos durante los últimos cinco días. Me había mantenido perpetuamente pedo de alcohol y lo demás por pura sabiduría porque en la obra de teatro demente de mi vida estar sobrio sería estar más loco que los más locos. En cualquier caso mi conclusión final fue que no estaba loco sino que vivía en un mundo rodeado de gilipollas. Así que me tomé unas vacaciones de la realidad, más que nada para hacer un inventario del desastre y, finalmente, para decidir dónde encontrar un sicario al que encargarle mi asesinato por una módica suma.

Salí de casa a ver a quién me encontraba en el boulevard. La zona peatonal era amplia, flanqueada por altas acacias y bancos mugrientos y detrás por pequeños bares con mesas y sillas fuera para tomar una cerveza si no hacía ni demasiado frío ni demasiado calor. Aquello era agradable. Al fondo , a la derecha, convivían los yonkis y los vagabundos. Se reunían en su propio reservado, un rincón al que los setos que lo rodeaban daban al lugar incluso cierta merecida suntuosidad.

  • ¿Tú sabes algo de arquitectura? Preguntaba uno. Yo estaba sentado en el banco siguiente y los oía hablar mientras bebía a morro de mi botella de JB. Raspaba al pasar por la garganta pero me daba igual. También lo hacía el Bisolvón y de chinorri mis padres me lo hicieron tragar hasta cuando tenía una vulgar carraspera.
  • Claro. Contestaba el otro. Si hubiese tenido algo más de suerte hubiese sido edificio, amigo italiano.

El amigo italiano no era ni italiano ni era amigo pero les gustaba mantener cierta familiaridad, cierta camaradería, un abismo de interioridad mutua aunque el alcohol ingerido frustrase cualquier intento de entrada en la conciencia de ninguno de ellos.

Aquellos eran los vagabundos. Enfrente se sentaban los yonkis. No confraternizaban mucho los unos con los otros pero habían llegado a un acuerdo para repartirse el rincón y las jeringuillas. Aquellos eran más chungos. Intentaban engañarte. Engancharte de alguna manera y si tenían el mono y no tenías cuidado podían meterte en un lío no muy agradable. Los vagabundos no. Los vagabundos se limitaban a pedirte dinero.

  • ¿Hermano, podrías darme unos acortantes?
  • No voy a darte dinero pero si quieres puedo conseguirte algo de beber. Le contesté.
  • Puedo ir a alguno de los chinos y comprar unas cervezas.

El barrio estaba lleno de tiendas de chinos y de moros. Los chinos tenían pequeños supermercados donde vendían casi de todo. Los moros tenían carnicerías que apestaban a carne pasada. Se podía afirmar sin temor a equivocarse que en mi barrio convivía la parte más selecta y distinguida de la ciudad y yo, un intruso, tenía el privilegio de convivir con tan aristocráticos vecinos. Ellos, y no la purria como yo mismo, eran los que le daban su auténtica personalidad a mi barrio plateado por la luna.

  • Te quiero brujita.

En la pared de uno de los edificios colindantes a nuestro selecto lugar de reunión, un grafitero hacía tan inteligente pintada con su spray verde fosforito. Aquel muchacho iba para filósofo, pensé.

No sin esfuerzo me levanté y me acerqué a los distinguidos yonkis. No repararon en mi presencia hasta que me tuvieron delante de sus narices. Estaban sentados en sus bancos, esperando a que llegase el mono o ideando algún trapicheo de jaco.

  • Queridos señores. Me preguntaba si alguno de ustedes tendrá casualmente una pistola a mano o, en su defecto, conoce a alguien que la tenga y que esté dispuesta a dispararla contra un servidor. Sería generosamente recompensado y agradarían el paladar de mi apetito y necesidad. No hay duda, queridos señores: debemos obedecer al tiempo y el mío ha llegado ya.

 

II

 

Si el Marqués de Sade hubiese sabido escribir bien hubiese una engendrado una obra maestra con la vida sexual que mantuvimos Rossie y yo durante el breve lapso que en que nuestras vidas se entrecruzaron. Pero el problema del Marqués era que escribía abominablemente y nunca hubiese conseguido aproximarse a lo que Rossie y yo perpetramos en nuestras noches de pasión y, confesémoslo, de sadismo. Rossie era una seductora profesional camuflada, disfrazada, que me redujo a su vulgar aprendiz para terminar abandonándome a mi suerte con mis vecinos los yonkys. Su abandono, o sea, el mío, fue el inicio de esta sinfonía para un hundimiento bíblico, también el mío. Vestida de novicia, utilizando siempre el inocente diminutivo entre su vocabulario infantil, terminó convenciéndome con sus habilidades y técnicas que provenía no de un convento sino de un lupanar. Y es que si mis teorías existenciales pasadas de moda eran superficiales vulgaridades, las de Rossie eran mefistofélicas: Rossie era heterosexual los días pares del mes y homosexual los impares y la capacidad controlar la mutación de su propia tendencia sexual le daba aquello que ella tanto ansiaba: la totalidad del control.

 

 –  La crianza de hijos, el cuidado de enfermos, las labores del hogar de nuestras madres, los servicios sexuales dentro del matrimonio… Eso no va conmigo, querido. Antes que pasar por esa degradación preferiría entrar en la industria de la prostitución, que resulta mucho más atractiva en cualquiera de sus modalidades y mucho menos degradante..

Oli la miraba como a una apisonadora que se te echa encima. Él no sabía qué ocurría con Rossie los días impares. Con quién se acostaba, qué leía, qué bebía, que comía o que esnifaba. No hacía preguntas. Se limitaba a ser su dildo orgánico los pares, pese a que ella aseguraba que lo amaba pese a su primitivismo.

 –             La gente, tú mismo, confunde el género, es decir, el rol social femenino o masculino, y la sexualidad, es decir, los modos de producción de placer sexual. Yo aprendí la lección y ya no la olvido.

–                    Pero los roles existen, no sé si es bueno o malo pero existen.

–                    Existen, existen.. ¿dónde existen? En nuestra sociedad degenerada nada más. Vivimos rodeados de pensamiento en putrefacción. La sexualidad malinterpretada. Me gusta ser una monja, me gusta ser una puta. ¿Por qué no puedo serlo todo? Cuando me follaste la primera vez me corrí como una adolescente… Fue tan infantil… Se me saltaban las lágrimas.

Dijo ella con profundo sarcasmo.

Miraba a su cocacola y se concentraba en el agujero de la lata como si fuese el túnel hacia otros mundos, otras galaxias existenciales. Oli tomaba su cerveza en cualquier cafetería, junto a ella, cuando no estaban en su casa haciendo el amor.

 –                    Mi pequeño Oli. ¿No te gustaría acaso tenerlo todo? Ser hombre y ser mujer al mismo tiempo. Actualmente no es más que una decisión médica y jurídica. No hay limitaciones.

 Y, la verdadera ironía fue que su frialdad inicial e incluso su racionalidad fue lo que me excito hasta volverme loco y a ceder a sus juegos de bayetas y haikus improvisados.

 Rossie se largó una tarde de abril. Quizás era el día de su cumpleaños. No lo recuerdo bien porque estoy muerto y los muertos van perdiendo la memoria más rápidamente que los vivos. De hecho, teológicamente la memoria es más importante que el alma. Es el alma. Rossie agarró su abrigo de cuero negro, su bolso de imitación Prada y, mientras mandaba mensajes con el teléfono a izquierda y derecha, cerró la puerta de mi casa con gélida indiferencia. Nunca pudo ninguna ramera, con todo su doble vigor, arte y naturaleza, alterar una sola vez mi templanza pero esta virgen sinuosa e insinuante, esta bella mentirosa logró subyugarme por entero al más céntrico de los círculos concéntricos del infierno tan temido y, ahora sé, disfrutó haciéndolo, siendo su premio el más cruel de todos: el del autodeleite.

 

Después de aquello tardé horas en salir de mi estupefacción. De hecho no salí realmente: primero terminé con el vino y las cervezas que había por casa y después me zambullí en una aventura autodestructiva que sólo podía tener un final posible.

FIN DE LA PRIMERA PARTE