Archivo mensual: octubre 2012

Prosa desde el observatorio XIX: la lengua del ángel

Escucha hijo mío: son tiempos muy difíciles para todos. Muy crueles… Sé que no entiendes mucho sobre todo ello a pesar de lo que tu padre te explicó, pero energéticamente se están moviendo muchas cosas en este 2012, es un año horribilis para todos… Se están rompiendo viejas estructuras para dar lugar a nuevos renacimientos, pero ello conlleva un sufrimiento muy intenso. Pero te prometo que los cambios serán para mejor, aunque ahora mismo no entendamos nada de nada de todo lo que está ocurriendo en nuestras vidas.
 
Soy  tu madre y soy  la primera que es víctima de su condición.Se compasivo conmigo,
 
Quiero pensar que existe un futuro mejor, Ratón, que, a pesar del dolor, todo se va a poner en su sitio. Sé que todo lo que nos está ocurriendo a todos nos va a servir para despertar, de una forma u otra, y reaccionar al fin. Yo subi a ese barco para no ser infeliz. Temí morir por quedarme. Temí enloquecer por marcharme.
 
Ratón, sé que ahora no tienes rumbo, que estarás buscando las coordenadas, sé que, de alguna forma, tienes en tu alma como una especie de extraño mélange ante tanto dolor de golpe. Te comprendo más de lo que imaginas, pues, de una forma u otra, me siento parecida a ti. Sé que no es momento de decirte esto, que quizás te agobie, pero quiero que sepas que te quiero mucho aunque tampoco lo puedas entender ahora.
 
Ratón no terminó de leer aquel mensaje llegado en una botella. Lo guardó en su pantalón después de doblarlo diez veces. Perrín estaba sentado encima de sus pies y sacaba la lengua. Comprendía que debía volver al observatorio para establecer la primera de las coordenadas de las que su madre le había hablado, el punto desde donde partir y comenzar a encontrar aquello que aún no sabía que estaba buscando. Dejó atrás las universidades, las dehesas de abedules, el lago y el monolito de piedra, dejó atrás las algas y los nenúfares, las larvas y el mar de nubes, los rododendros y el punto cero donde la ciudad un día comenzaba y terminaba y después de dejar todo aquello atrás, volviendo sobre sus pasos como si se tratase de un reguero de migas de pan imaginario, llegó de vuelta a casa, al Observatorio desde donde su padre le hizo mirar el fin del mundo conocido.
Todo estaba igual que como él mismo lo dejó cuando terminó de enterrar a su padre. Su astrolabio, su bufanda y los papeles garabateados de su padre, miles de palabras escritas con letra que sólo él podría descifrar, idioma sanscrito a veces, el idioma de los dioses otras. Una lengua impronunciable y solamente escribible y jeroglífica parecida a nada que él mismo inventó las más. Sería la lengua del futuro y en ella escribiría Ratón. Ahí estaba todo. Agrupó los cientos o miles de papeles y servilletas garabateadas con aquel legado y los guardó dentro de su mochila de cartero. Sacó de su bolsillo la carta de su madre y la colocó encima de todo ello.

A partir de aquel momento comenzó a caminar y durante las noches soñó. Soñó con el primer monstruo que caminó sobre dos patas y al que llamaron hombre. Monstruoso el primer instrumento que fue capaz de volar y monstruoso el primer ser humano que dijo que la Tierra debía ser redonda y sin salvación. Ratón rememoraba en la lectura de los papeles de su padre el origen y el final de todas las cosas. Caminó hacia las islas, donde pensaba que todos estarían reunidos sentados en la arena, comiendo mangos y altramuces y haciendo cabriolas. Allí les leería la lengua profética y les comunicaría todo lo que necesitaban saber.

Prosa desde el obsevatorio VIII: vagando en soledad

El pequeño Ratón  y el nuevo mundo crecieron juntos. Sin pretenderlo comenzó a escribir poesías cuyo ámbito se definía por la felicidad y el coraje y por la convicción de que la batalla puede ser también una fiesta. El universo que nacía no era más que una aparicencia de en lo que debería de convertirse y un punto de partida para no tener ninguna semejanza con otros universos del pasado, aquellos que terminaron por ser una farsa. Pero la ruptura con el pasado era una dura lucha de la que Ratón ya advertía en sus poemas: no hay hecho que no sea la progenie de todos los anteriores y la causa parcial pero indispensable de todos los futuros. Aquella idea era la que lo torturaba. Con la suave y permanente fiebre de la tuberculosis, tras la muerte blanquecina de su padre y la ausencia de una madre evaporada en una lejanía imprecisable, comenzó a vagar por las antiguas universidades como sus padres lo hicieron antaño. Él le dijo: tú eras el medio hombre que me completaba. Ahora deberás vivir tú como medio hombre y buscar la mitad que te complete como hice yo hasta tu nacimiento. Yo también lo fui una vez y viniste a liberarme de esa carga. Siempre fue así en tu familia, que es la mía, desde tu bisabuelo y antes aún.
Con sus alpargatas de mercadillo y sus tirantes tiroleses eran los roedores como él quienes se movían libremente también buscando alimento por los pasillos donde una vez se impartieron clases de fisiología y de anatomía. Los árboles habían crecido tan exageradamente que estiraban sus ramas hacia el interior de las aulas como monstruos verdes. Y era el silencio el que lo gobernaba todo. El silencio y el caminar deslizante de Ratón, que escribía poemas en los que la vida se había convertido en tan pobre cosa que tan sólo podía tratarse de un sueño. Y subiendo las escaleras y llegando a lo más alto de las azotas vio moverse un animal de orejas largas y pelaje ocre. Lo acarición con cuidado y él le ladró. Te llamarás Perrín. Y se fue con él hacia algún lugar donde poder encontrar agua para ambos.