Archivo mensual: abril 2013

Steve

Lo que se conoce como el desgaste natural de las cosas era algo absolutamente cierto y no sólo una teoría o una frase. Las relaciones de cualquier tipo se desgastan, las suelas de los zapatos se desgastan, los libros se desgastan y hasta las pollas se desgastan, la uses o no. Y lo que a Steve le había asustado y no comprendía era cómo podía ella permanecer tan impasible ante la brutalidad y la indiferencia que él le mostraba e incluso follar eventualmente y hasta con cierto fingido apasionamiento. Algo ligerito. La realidad, la verdad oculta de aquella situación era un algoritmo encriptado indescifrable pero, la verdad, como concepto, ¿acaso no es una mujer que tiene razones para ocultar todas sus razones? Ella era una mujer y a partir de ahí todo se vuelve, cualquier cosa que haga, más explicable. El coche dejó el gran arco a la izquierda y tan sólo entonces percibió el delicioso aroma de la mugre cuando empieza a endurecerse y a fosilizarse. Lo mires por donde lo mires las mujeres son visiones, luces rojas con polos de atracción repulsión. Bajó Princesa y luego Gran Vía y pasó por Montera, que ahora era peatonal para facilitar todos los trapicheos, el de jaco, el de farla y el de rumanas de minifalda de plástico imitación cuero que van enseñando todo lo enseñable por la menos casual de las casualidades. Madrid, definitivamente, se había convertido en el lugar perfecto para que el más idiota pudiese sacar partido del caos y Steve era ese idiota.

Mario no era una mujer ni una luz roja ni una sinfonía en do menor pero tenía algo de todo ello en pequeñas cosas. También era otras cosas que no ocultaba. No tenía tetas pero se las tragaba dobladas. Trabajaba en una bastante próspera empresa de contratación de personal técnico informático de alta cualificación y alto rendimiento, sector laboral al que se suponía que pertenecía Steve cuando no tenía resaca y el aliento no le olía a la garrafa infecta de las Noches del Kwai y sus Pechugas de Villaroi. Se habían conocido en una entrevista y Steve le había calado la pluma nada más estrecharle la mano. Se habían caído bien de todos modos. De eso hacía varios años. Desde entonces se habían encontrado casualmente en bares maricas de Chueca y tomaban unos tequilas juntos para celebrar que la empresa en la que trabajaba Mario se estaba forrando con los servicios de Steve. Eran tiempos mejores para todos antes de la caída del imperio… Pero de lo que realmente se trataba era de una empresa de compra venta de carne humana y Steve lo sabía pero le daba para sus vicios y pasaba de cuestionarse nada más allá de su nómina a fin de mes. Él era sólo un mercenario y se hubiese vendido al Opus Dei si hubiese hecho falta. A las reuniones aparecía con sangre en la nariz o en la corbata o ni siquiera aparecía pero era demasiado alto el precio que los clientes pagaban por él como para despedirlo. Él era un buen chico con algunos problemillas de adaptación y caía bien hasta que finalmente cometía un error irreparable. Y Steve siempre terminaba cometiéndolo.

Mario era realmente un buen maricón, de los que quedan pocos y Steve era algo homófobo aunque en el caso de Mario hacía una excepción y le daba lo mismo si daba por la proa o si le daban por la popa o si la chupaba en dos tiempos a un negro mandingo. Mario era un buen tío, capaz de tomar tequila con un par de cojones de toro y cuatro hígados destilando a toda hostia. Steve sabía que podría encontrarlo en el Escueto o pillando un gramo en el Mala Fama y no fue allí para encontrarlo pero sabía que si iba lo encontraría y encontrarse con Mario era algo que no le importaba porque jamás se le ocurrió arrimarle la cebolla. Mario no juzgaba a nadie y era un marica respetuoso. No hacía reproches como otras mariconas y también leía a Sloterdijk como si fuese la mismísima Sagrada Biblia. Sloter y Shakespeare eran sus dos grandes pasiones, a parte del tequila y los orificios sexuales y era capaz de recitar Falstaff como si fuese el matarilerilerile.

Cuando lo vio le dio un abrazote sincero, sin julandronadas. De tío a tío. Steve se había enchufado ya tres tequilas y andaba con una San Miguel. Mario estaba deseando empezar porque también era otro vicioso. Un vicioso de la hostia. Como no había nadie cotilleando empezó a preparar un par de buenos tiros sobre el mostrador. Odiaba el disimulo.

–              Has vuelto. Le dijo, mirándolo de reojo con la tarjeta de crédito dando golpecitos en el mostrador.

–              Mi mujer me echó de casa. Ya no me aguantaba más. No se lo reprocho. Me había vuelto un tío insoportable. Nada fuera de lo habitual, pero insoportable para ella. Quería garantías. Pero yo no tengo de eso. Eso sólo lo dan cuando compras una lavadora.

–              Supongo que has vuelto para quedarte. ¿Tienes trabajo o expectativas de conseguirlo? Necesitarás uno.

–              No de momento. Me liquidaron bien. Creo que podré aguantar algunos meses tomando tequilas en bares de maricas. No tengo intención de trabajar por algún tiempo. O a lo mejor cambio de sector.

Mario sonrió a Steve y le hizo una seña a la camarera queed, quien trajo una botella de Cuervo que dejó sobre la barra junto a dos vasitos vacíos. Se enchufó uno de los tiros.

–          Upppaaaa!! Dijo, echando la cabeza hacia atrás para no desperdiciar nada. El sabor metálico y amargo bajó por la garganta. Cualquier sensación de la lengua desapareció en el acto.

Echó tequila en los vasos, le dio uno a Steve y brindaron. Los rellenó y volvieron a brindar. Steve se endiñó su tiro, no sea que se lo llevase el aire acondicionado. -Tú no sabes hacer nada que no sea trabajar con ordenadores. Para eso eres un mago. El Harry Petas… pero para lo demás eres un inútil. Y sólo juegas para perder. Perdona que te diga esto nada más verte después de cinco años pero es así. Eres un pequeño diablillo cachondo, preparado siempre para explotar. Llevas en la frente tatuado “tipo chungo” y no tienes suficiente jamás. Cuando ya lo tienes todo vuelves a por otra hostia y ahora nos encontramos con que el tipo duro ha vuelto con su rollo metafísico y yo me tomo una copa con él, incluso le ofrezco un curro en el que no tenga que hacer nada, le invito a unos tiros y encima me trata con arrogancia. Como si fuese el puto Falstaff buscando a sus alegres comadres. Me pregunto si te has curado ya las liendres o las purgaciones o no se sabe si fue sífilis lo que tuviste porque eso ya no se quita jamás, hermano y me parece que la fiebre te volvió un poco loco. Deberías ir a que te miren como estás de lo tuyo.

Steve sonrió. Mario le hablaba duro con su deje de marica en estado de inspiración pero no se lo tenía en cuenta. Digamos que lo decía cariñosamente, no todo lo cariñosamente que le gustaría pero, cariñosamente al fin y al cabo.

–              ¿Diablillo cachondo? ¿Me has llamado diablillo cachondo? Muchacho, me parece que has tragado demasiado esperma morito últimamente. Deberías cuidar un poco más de quién te la mete. Por cierto, traje en una caja las obras completas del profeta y encuadernadas en plástico adhesivo. Deberías verlas. Las tengo llenas de recortes de artículos que encontré por la web. Ya te lo enseñaré. Fotos raras de Proust y de Guimaraes. Y de la Bovary creo que también hay algo. Golfa genial…

–              Dónde tienes las cosas, diablillo cachondo?

 –             En el coche. Es mi suntuosa mansión por ahora.

–              ¿Vives en el coche? ¿O sea que cambiaste el útero materno por un coche?

–              No está mal como microesfera. Muy íntimo, desde luego.

–              No hables de úteros. Si mi madre me agarrase me volvería a meter en el suyo. Siempre fue muy protectora.

El bueno de Mario echó otro buen trago de la botella de José, esta vez a morro y al terminar, el tequila se le desparramó por la barbilla como si fuese leche materna. Entonces se la puso en las pelotas a Steve, que la agarró por el cuello y, como si fuese una gallina, se lo terminó de un trago. Mario sacó el sobrecito de la cartera y comenzó a trabajar en otro par de rayas, por si acaso se terminaba el mundo por orden de Donald Runthsfeld o de algún personaje oculto en la teoría de la conspiración. En lugar de Tamiflú había llenado la nevera de cajas de éxtasis, que parecía que iban baratas ahora en el mercado y empezaba a estar colocado de todo ello. En el fondo no estaba seguro de sentirse feliz de rencontrarse con su amigo.

–          Hemos cambiado y los que no lo han hecho están perdidos. Morirán de gripe A, por lo menos, o de ver tantos programas del corazón en la tele. La tele pudre el cerebro. Eso es cierto hasta que se demuestre lo contrario. O a lo mejor no y lo digo sólo por llevar la contraria. Preguntarse quiénes somos está anticuado, amigo. Sólo somos un reflejo. Lo innovador ahora es saber dónde estamos y esa pregunta tiene difícil respuesta. Como bien sabemos, no es cierta la división entre cuerpo y alma, entre espíritu y materia. Vamos unidos y si se corrompe lo uno lo hace lo otro. Es la exposición más brillante que puedo hacerte para que lo entiendas, y supongo que ni aún así. En realidad, sólo lo cercano cuenta, pero no te lo tomes al pie de la letra, no te estoy diciendo que te arrimes a mi silla. A lo mejor es que echo de menos la caverna de mi madre. Siempre me lo he preguntado. ¿Otra birra? Siempre me pregunté a dónde me traían cuando me parieron esos irresponsables de mis padres. Fue un drama que no he superado y de ahí el resto de mis problemas pero mi mujer tampoco lo entendió por más que me molesté en explicárselo. Lo de las otras mujeres tampoco lo entendió nunca pero supongo que eso son detalles prescindibles. Parte de su herencia cultural. Ella sigue en la caverna de su madre, un lugar espantoso. -Tú lo que no soportas es la multipolaridad del adulto, las responsabilidades o cualquier otra cosa que no sea estar pensando en tu propio ombligo. Los cachorros de perro miran fascinados su propia caca y tú haces lo mismo. Apesta, pero te quedas a mirarla y te entristeces cuando observas que entre el cielo y la tierra hay muchos muertos valiosos y eso provoca un shock en ti, una especie de parálisis que no te permite ni avanzar ni retroceder, tan sólo quedarte mirando. En realidad tu verdadero drama es que nunca llegaste a despedirte del regazo infantil y tienes miedo, pero eso es otro tema del que hablaremos en la siguiente lección, que te será impartida con un atizador en la mano para que comprendas mejor.

–          No hay muertos valiosos, amigo, sólo muertos, fiambres. Yo he dejado varios de mí mismo a lo largo de mi vida. Y apesta bastante más que tu caca de chucho.

La camarera bollera se les acercó y puso los codos en la barra, frente a ellos. Tenía un buen par de tetas.

–          ¿De qué hablan, chicos? Era argentina, además de bollera y llevaba piercings hasta sabe Dios donde. Había dejado un dildo tamaño XXL en el guardarropas minutos antes. Aberraciones de la homosexualidad femenina. La silicona se le salía por los costados de su camiseta de tirantes y Steve le hubiese arreado bien, bollera o no. -De úteros. De trompas. De placentas. Todo círculos, todo esferas. ¿Vos sabés algo de eso? O no tenés ni puta idea. No, no tenés ni puta idea.

Tenés idea de traerme otra botella de mi amigo José Cuervo, s’il vous plaît? Así podré ver como mueves tu culo.

Ella lo miró.

–          ¿Cuando volvió el bastardo? ¿Por qué no te quedaste en tu madriguera.

Y se giró en busca del tequila…

–              Espera, espera… Le gritó Steve. La música sonaba con estridencia. Ella se giró dudando y dio unos pasos hacia ellos.

–              Perdona. Juré que a mi vuelta me portaría como un buen tipo y que no ofendería a nadie ni por su raza ni por su condición sexual ni religiosa. Te pido disculpas. ¿Eres modelo? Hmm, precioso pelo… Eres el polo positivo o el negativo de la comida del conejo? ¿Te sulfatas? Que tú me quieras hoy me basta, nena.

En pocos minutos Steve estaba tirado en el suelo de la calle San Mateo, entre dos cubos de basura, viendo brillar las luces del King Creole en algún punto inexacto de la acera de enfrente. Dos gorilas con más bíceps que cerebro lo lanzaron volando tres metros y fue allí donde aterrizó. Luego se ganó una patada en el estómago y un escupitajo. Parapente por la cara, lo llamaron los pre homínidos.

–              Steve, cariño. No eres nuevo en esto y sé que estás acostumbrado pero… me pregunto si nunca vas a aprender a tener la bocaza cerrada.

–              Ufff. Hola, Desmond. Cómo estás, hijo de la revolución cubana? No te preocupes, me caes bien y no te guardo rencor. Arrrggg. Cómo van tu mujer, tus hijos y tus amantes? Sigues teniendo el mismo rabo de siempre?

–              El mismo, amigo. El mismo.

Desmond le parecía un rascacielos cuando lo miras desde el infierno y a Steve se le estaba haciendo tarde para ir allí.

–              Enhorabuena. Eres todo un negro mandingo. Un reventador de chochos.

Se levantó del suelo. En realidad Desmond lo miraba desde la puerta del bar y Mario, que venía desde dentro, se paró a su lado.-¿Estás bien? Preguntó mientras sonreía en plan junlandrón.

Steve se sacudió el polvo de Madrid, y se enderezó un poco pero sólo un poco, lo suficiente para ver las cosas en un plano horizontal y no todo vertical.

–          Bueno, ya no hay un ser humano entero frente a un mundo entero. Me muevo en un líquido nutricio humano universal que a veces nos conduce a aterrizar entre dos cubos de basura. ¿Alguien podría preparar algún esnifable y un beberible de alto octanaje? Vámonos de aquí. Hasta pronto, Desmond.

Mario y Steve giraron hacia Hortaleza rumbo a la plaza de Chueca o de Malasaña. Era alguna hora imprecisa de la noche, tal vez las dos, tal vez más. El verano y agosto hacían que Madrid estuviese medio vacío y no habría podido llegar en mejor momento a la ciudad. Mientras el viejo y manoseado Madrid veía como se le derretían las aceras por el calor, Steve se sentía renacer.

HIstoria de mi historia

No hacía falta insistir. Mi madre me animaba a sentarme delante de algún escritorio que pasó por mi vida para que escribiese, vocación de la que estaba segura que yo tenía. Luego me mandó a la facultad de periodismo en vez de a la de medicina, como quería mi abuelo que hiciese. Ahora no soy ni periodista ni soy médico.Tampoco soy escritor. Aún. Pero lo cierto es que a los ocho años llenaba  blocs de arriba a abajo y de izquierda a derecha (y aún tenía que adjuntar cuartillas porque el bloc, de alambre de espiral, para más dato) se me quedaba corto para narrar un sueño que había tenido la noche anterior y que mezclaba con ecos de  la realidad de mi vida. Tanto el sueño como mi vida eran convulsos y raritos, impropios de los de un niño de ocho años. Ahora los agradezco. Y no sé si aquel  sueño fue el que revolucionó mi vida de creador literario o fue mi vida la que me hizo tener aquel sueño premonitorio pero a mí me hizo pensar, algo que no había hecho mucho hasta entonces. Pero lo cierto es que, tenía ocho años y había escrito mi primer libro, como lo escribiría un niño de ocho años que está comenzando a conocer y a reconocer que tiene cierto genes que no tienen el resto de los niños de ocho años: el de ser capaz de narrar historias, de leer a Stephen King y de tragarme de un bocado tanto a Kundera como los Cien años de soledad del amigo García a quién, como dijo Borges, le sobraron al menos cincuenta años. También llené mi vida de libros de ajedrez que me aburrían soberanamente pero que trataba de estudiar por que me habían diho que tenía cierto talento: talento para perder, elegantemente, eso sí, todo lo que jugaba.

Desde entonces no he dejado de escribir, aunque con distintos niveles de satisfacción.

A los quince años narré mi primera obra de teatro. Para mi sorpresa la obra, con mi guión, fue representada por otros niños durante uno de los actos de mi colegio en la fiesta de fin de curso. Creo que eso fue por lo que me aprobaron la literatura de aquel año porque del temario no recuerdo haber estudiado nada.

Aquel año me diagnosticaron, justo antes de la escritura de aquella obra, que tenía algo raro en el corazón. En la patata, me dijeron mis compañeros de trabajo mucho años después. Tras ese descubrimiento mi vida cambió durante muchos años, concretamente hasta los 36, que, de tanto sufrimiento decidí operarme y dejar de sufrir de la manera en la que lo llevaba haciendo: no sabía si saldría del quirórano vivo o muerto pero en cualquiera de los dos casos saldría mejor de salud. Y así fue como sucedió. Salí vivo, el códogp de barras de mi corazón había sido reparado y yo comenzaba a hacer las paces con la vida. Y mientras, en ese intervalo entre los 15 y los 36 no paré de leer y de escribir. En la universidad leí todo aquello a lo que me obligaban para aprobar asignaturas  y mientras mis mentores literarios me hicieron descubrir otros caminos mucho más interesantes que los universitarios, literariamente hablando. Mis creaciones fueron creciendo, se fueron perfeccionando. Recuerdo que en la universidad comencé a escribir un serial al que titulé Historia de un cartero, del que todos mis compañeros de promoción estaban pendientes y del que esperaban con cierta ansiedad la siguiente entrega. Ahora no sé dónde estarán ni el relato de mi sueño ni mi Historia de un cartero. Los relatos se perdieron. Viajé a mucho sitios, siempre transportando cajas, bahúles y alhajeros, maletas grandes y pequñas que me destrozaron la espalda, ahora lo noto y probablemente la idea de la liberación del sobrepeso hizo que todos aquellos papeles, cuartillas, pergaminos y etcéteras desapareciesen. Muchas veces me pregunto en manos de quién estarán ahora. Otras me pregunto a qué cubo de la basura habrán ido a parar: tal vez un cubo de la basura del madrileño barrio de Salamanca, tal vez uno de la vieja y tortuosa ciudad de Londres… Quién lo sabe. Eran relatos iniciáticos que pàra mí tienen el mismo valor que los que escribo ahora cuando estoy deprimido, cuando estoy eufórico o cuando me siento bipolar y me acabo de tomar mi cocktel de medicamentos o seis cafés.

Las cosas han cambiado. Hoy escribo bajo una presión de la que necesito liberarme, escribo buscando un agente que publique mis creaciones, escribo de otra manera, de una manera agarrotada en la que las opiniones que pido a diestro y siniestro me acaban inquietando, sean del carácter que sean: si son buenas no me las creo y si son malas me hundo y basculo hacia mis estudios sobre ingeniería convenciéndome de que no estoy hecho para esto.

Recuerdo también una colección de relatos a los que mi hermana y yo llamábamos Petaca History. Yo tenía doce años y ella nueve, tres menos que yo. Mi hermana, a lo largo de su vida, siempre tuvo tres años que yo. Aunque hubiese preferido que no siempre fuese así y tener la posibilidad de tener una hermana mayor cuando la necesitase y una tres años o siete años menor. Hubiese sido más divertido. Pero lo cierto es que mi hermana, eternamente tres años menor que yo escribía nuestras Petaca History encerrada en su habiación mientras yo hacía lo mismo en la mía. Vivíamos en la calle García Barbón de Vigo, ciudad que era nueva para nosotros y a la que mi hermana, tres años menor que yo, se adaptó mucho más deprisa: vivimos allí unos tres años. Ella se había adaptado a las tres semanas. Yo lo empecé a hacer a los tres años.  Mi hermana terminaba una de sus Petaca History venía corriendo a mi habitación a enseñármela o a preguntarme qué palabra rimaba con troglodita o con avechucho. Yo hacía lo mismo: le preguntaba por palabras que rimasen y cuando terminaba iba corriendo a su habitación a leerle mi historia. Ella dice que yo escribí en aquella época historias maravillosas. Historias llenas de imaginación. No sé. Ella terminó abandonando nuestras Petacas. Y yo seguí escribiéndolas. Hasta ahora sigo haciéndolo: todo lo que escribo tienen aquel germen iniciático. El destino de aquellos escritos fue el mismo que el de mi primera obra de teatro, del de mi cuaderno de sueños escritos y de el de muchas cosas que vinieron después… viven mezclados en algún rincón de mi memoria y en algún rincón de la basura, ojalá reciclados en otro tipo de papel: higiénico, toallitas para limpiarles el culo a los bebés… espero que el destino de mis Petacas, mis sueños y de mis etcéteras hayan tenido alguna utilidad y ahora sirvan para quitarle los mocos a algún mocoso de seis años que tenga un hermanito tres años menor pero cuya diferencia de edad sea tan mutante como a mí me hubiese gustado que hubiese sido. No me han llegado aún noticias del invento de la cronocleta, que hace que el tiempo pase más deprisa o más despacio pero es seguro de que cuando aparezca publicada en algún folleto publicitario iré al Corte Inglés a comprarme una.

Prosa desde el observatorio XVII: lo asqueroso

Prosa, tu prosa, pequeño Ratón… No hay que tenerle miedo a la felicidad porque no existe. Hemos vivido en un mundo en el que las cosas no sólo eran asquerosas sino que además se decían asquerosamente. Ventrilocuos que han perdido el control de su personaje, que además era ellos mismos. El cataclismo de lava y fuego regeneró a la isla y ahora nos aislaremos hasta que termine la masacre.

La plataforma flotaba a la deriva. Ratón, Sherezade y Perrín habían parado el tren donde terminaba la vía. Desde allí habían visto el mar y a Ratón le dió miedo no saber qué había debajo del agua. She le hablaba de las fosas abisales cuyo suelo está a más kilómetros que la cumbre más alta visible, allá por el Nepal. Algún día buscaremos por allí, en la antigua ciudad del Katmandú. She había viajado por tierra, mar y aire. Había dado dos vueltas al mundo, una de Este a Oeste y otra pasando por los polos, circumbalándola de arriba a abajo. Había hecho el viaje con su madre y volteando el mundo es donde había crecido, entendiendo cada vez más el entorno que la rodeaba hasta convertirla en sabia.

Ya nada de lo humano me es ajeno, Ratoncito. Homo sum; nihil humani a me alienum puto.

Esto lo dijo una vez un sabio. Se llamaba Terencio y lo conocí haciendo reír alos que lo miraban en el centro de una plaza. La plataforma se movía silenciosamente. Antes extraía petroleo del suelo marino; ahora vagaba al ritmo de las mareas, al ritmo del ir y venir de la luna. Las olas chocaban contra las moles de sus patas y un helicóptero averiado había quedado olvidado en su base de lanzamiennto. Nadie había allí salvo ellos. Desde que habían partido de Samarcanda en el tren hasta llegar a la plataforma de petróleo no habían visto a nadie. Ni en las cantinas, ni en las paradas de las estaciones, ni en el puerto ni caminando por las calles empedradas de los pueblos. Cuando She se inquietaba decía «De omnibus dubitantum». Era la contraseña. Entonces Perrín alzaba las orejas y emitía un sordo gruñido. Y recorriendo tierras, bosques, cruzando cordilleras nevadas, sus puentes y túneles, cruzando acantilados, habían llegado al mar. Desde la rivera habían visto la plataforma de petróleo. El dique olía a peces muertos que chocaban contra las olas, contra el muro, contra la murallona. Estaban tan muertos como todo lo demás pero lo asqueroso era el nexo entre todas las cosas en aquel mundo en transición. Ratón, que nunca daba ninguna orden porque no había aprendido a hacerlo, esta vez no puedo evitarlo: llegaremos a aquella plataforma y viviremos allí hasta que lo asqueroso que queda en el mundo desaparezca. Esto son las secuelas del antiguo mundo, que ahora se purifica en medio de esta asquerosidad. El tiempo la hará desaparecer. No es aún hora del recomenzar que ha de llegar. Viviremos con sencillez, fuerza y tesón; nuestra máxima felicidad será luchar y no concebir la sumisión; seremos incrédulos y no serviles. Y comenzaron a buscar la manera de llegar a la plataforma en pequeñas barcas de pescadores. Remarían.

 

 

Sin dormir

I

 

… no dormiste, no dormiste en toda la noche buscando compañía, buscando gente, luces, música. Joder. Qué cansancio, joder. Recuerdo que intenté besarte en algún momento, cuando salimos fuera a fumar pero nada salió bien y el fracaso de todas mis habilidades de supuesto gran conquistador quedaron sepultadas en ese abismo oscuro y tenebroso y húmedo que ya conozco porque he estado allí más de una vez. Llovía con fuerza aquella noche y yo me encomendaba a mi suerte. Y llovía con una fuerza no recordada en aquel lugar. Me pediste que saliéramos a fumar. Y seguía lloviendo y nos refugiamos debajo del toldo de otro bar que aún quedaba abierto. Te apretaste contra mí y pensé que ya todo estaba hecho. Hacía poco que había llegado a la ciudad y estaba desconcertado ante el choque brutal contra lo inesperado. Pensaba que era el mismo que hacía diez años y no lo era ya, pero aquel lugar se había transformado en un monstruo irreconocible al que tenía que acostumbrarme. Todo había cambiado. Incluso la forma de actuar, de vestirse y de pensar de las mujeres había cambiado y con mis antiguas maniobras envolventes de seducción no era más que un pelele torpe y vulgar. Y tú, vestida, parecías más desnuda que nunca. Vestida para matar. Así te imaginaba yo, constantemente, con el pelo sobre la frente y un acércate balbuceante esperando salir de entre tus glándulas mamarias, esas tetas que sólo pude intuir a partir de tus insinuantes movimientos debajo de un vestido imposible, de tu respiración y en mi imaginación. Pero no salió. Tus tatuajes no me revelaron nada. El te quiero que yo esperaba no apareció. No salió porque eres algo menos que un capullo y quieres los amores absolutos e inmediatos, por aquí y por allá. De todos modos comprendiste con precisión la estética de la situación, el aroma de aquella situación que no te llevaría a ninguna parte y tú, en tus respuestas fuiste extremadamente hábil y ambigua como para que yo comprendiese. El metalenguaje de tu ambigüedad lanzándome mensajes disuasorios. Hiciste los comentarios y los movimientos precisos para evitarme porque conocías el olor de todo aquello, el aroma de mi intento de seducción rápida y precipitada.

Después de aquello me marché con sensación de fracaso, con la sensación que se tiene cuando te dan una patada metafísica en los huevos. Era nuestra primera cita. Fue también la última. Horas antes me habías dicho que te aburrían mortalmente las relaciones en las que los inicios estaban basados en mandar correos durante semanas. Fue tu primer directo a mi mandíbula. No lo encajé bien y me hizo dar un paso atrás, algo noqueado por tu sinceridad, pero la confianza en mi mismo adquirida en el pasado me hizo seguir adelante. Al terminar nuestra cita yo estaba algo borracho y tú parecías tan perfecta. Una expresión en tus ojos entre las luces de las farolas y después nada… Nos dimos un triste beso en la punta de los labios y te marchaste mientras yo caía muerto sobre la lona. Esa fue la despedida. Algo solo día y noche otra vez. Condujiste con la radio puesta y mientras te alejabas aún pude escuchar la música de la radio de tu coche. Yo aún hubiese querido  más pero mi orgullo estaba enfermizamente, mortalmente herido. ”Es que juntar los labios es algo muy íntimo”, me dijiste evitándome. “Entonces de follar nada, ¿no?”, te contesté. Aprende a pedir las cosas.

 

II

 

Ahora huelo al perfume dulzón que distingue a las putas. No sé si lo eligen para declarar su condición (¿ser puta es una condición?) o porque tienen mal gusto para perfumarse y para follar: hoy nadie follaría conmigo si no es por dinero, a la vista está. Y mucho dinero. Soy patético y eso baja la lívido hasta de las putas y muy putas tienen que ser, no de esas que lo hacen por sacarse un salario extra de fin de semana. Hay que ser una puta de cojones para follar conmigo. No siempre fue así pero ya no logro recordar qué es lo que hacía para que no fuese así. Tampoco consigo recordar el nombre de la puta que andaba buscando pero era de Transilvania y no se comportaba como una puta. Podía decirse que casi no era una puta de no ser por todo lo demás. Ella, sus pezones y sobre todo su clítoris diminuto fueron los manjares más deliciosos que probé en años y su tacto sobre la piel de mi espalda, ofreciéndose cuando ya se nos había terminado el tiempo, me curó de la cadera para abajo. Lástima que mi problema no esté de la cadera para abajo. Lo que yo tengo no se cura con masajes. Fisioterapia en el cerebro y lobotomías.

Huelo a perfume dulzón o a condón de fresa, ya no lo sé. La cosa se me desparrama por la nariz y a quien le importa. Aún no ha amanecido y seguramente son las 4.30 porque durante la noche en vela siempre son las 4.30 y la cosa no me deja dormir ni me dejará dormir durante un buen rato de modo que es mejor caminar o estar sentado en este banco. Y me alegro porque tampoco quisiera desconectarme ahora de estas sensaciones de la droga, las putas, tu negativa a acostarte conmigo y mucho menos a conocerme porque tu concepción del hombre ha cambiado, la destrucción que todo ello supuso después. No quisiera. Pero ¿dónde puedo tomar una cerveza ahora que me he dado cuenta de que la noche ha dejado de serlo y que la luz ha comenzado a descubrirme a mí y a la sangre de mi nariz? Entonces no son las 4.30, son las siete de un sábado cualquiera, es verano, al menos, y debería ser sábado pero quién sabe.

Cualquier parte de mi cuerpo que huela a algo es al olor de aquellos cuerpos de puta y me persiguen aquellas rubias de bote de tetas perfectas y coños de combate. No me repugno, no me trae ninguna sensación ni positiva ni negativa: sólo recuerdos de la confusión. Ningún  otro sentimiento destacaba . Las putas me hicieron sonreír, como a Cioran, como a tantos, pero tal vez a Cioran no, ya no lo sé.

¿Y a quién le importa Cioran ahora ?

El universo debía ser más ancho que sus caderas. Mentiras piadosas. Pero ¿qué te pasa que te ríes con mi brutalidad? No debería ser así. Sólo sé cantar de noche si escucho cigarras o insectos raros que emiten sonidos. Sólo sé bailar si estás bailando enfrente de mí y soy capaz de imaginarte desnuda con tu chochito mágico.

Ya amanece. Ahora sí estoy seguro de que amanece porque mi retina se ha contraido. Y la luz me traiciona y me delata pero me ilusiona haber llegado hasta ahí y si me miras sólo pienso en escapar. Si mis flores no te gustan tíralas, para eso están, estoy vacío, no quiero que por mi sientas indiferencia, es vulgar, pero ni besarte me dejaste y por eso terminé en aquel puti caro donde te hacen sentir Marlon Brando. Pero Brando no necesitaba putas…

¿Va todo bien en tu vida? Supongo que sí aunque nunca olvides que los seres extraordinarios sólo son felices con otros seres extraordinarios. Sino están condenados al fracaso.

Bien. Resultó que yo no lo era o que, en el mejor de los casos había dejado de serlo. Tú sí. Por muchas cosas que aún no sabes. Pero lo fui alguna vez. Ya no lo soy por mi fragilidad. Putero, politoxicómano, infiel, acomplejado. Pirao… Todas las mujeres de mi vida han tenido razón. Ha sido divertido y me equivocaría otra vez contigo sino fuese por el sufrimiento que tal vez alguna vez sufriste. Qué felices hubiésemos sido si yo no hubiese sido yo.

Es temprano y amanece en Madrid y mi talento es innegable. Mi talento para cagarla. Que me empeñe en desaprovecharlo es otra historia. Alguna común amiga dice que nunca dudó de mi superlativa inteligencia (que no me sirve para nada, añado). Sin embargo, este bebé emocional aún recuerda un bailecito en Cabo Peñas y una visita por lugares de Candás, una mamada bíblica en el coche y un paseo descalzo por las calles infectas de Barcelona.

 

III

 

Esta mañana las manos me huelen a perfume barato de puticlub. Ya lo dije antes pero es que me huelen de una manera tan intensa que es un golpe al cerebro cada vez que me llega. Soy sórdido. La cosa aún me destila por la nariz y hablo con el portero de mi piso por no enfrentarme a mi soledad, por no subir a mi estudio barato al que se le ha caído una puerta del armario de la cocina y que tiene el baño atascado con toda mi mierda aún flotando. Hago el ridículo con él, con el portero. Claro. Balbuceo. Babeo un poco. Hasta lloro un poco. No camino, repto. Le hablo de las tetas de la rumana y de sus pezones respingones apuntando a lo que hay al otro lado del océano o a los Cárpatos. Ella era una puta pero yo tenía ganas de enamorarme de ella. En realidad yo tenía ganas de enamorarme hasta de la mona Chita. Y por un momento no fue puta, fue casi una madre para mí. De tan madre que fue casi parecía que quería acunarme, de vuelta a los orígenes, de vuelta a hace cuarenta años. Yo fui capaz de introducirle pocas cosas debido a la cosa y por el alcohol pero no por ello el disfrute fue menor. La cosa siempre me ha dejado bastante impotente. Me tuve que conformar con el magreo pero de eso casi no me acuerdo. Sólo de sus tetas y de sus manos recorriéndome del Oriente al Altiplano y de Este a Oeste. De la otra puta, porque eran dos, eso lo recordé más tarde, de la otra puta recuerdo como le comía el conejo a mi rumana a petición mía y yo miraba con los ojos como platos y ella riéndose “porque lesbiana no soy y puedes pedirme lo que quieras que lo haré pero lesbiana no soy, eso que conste, y qué tal otra media horita los tres, tienes que darme la tarjeta entonces, amor y a ver si pasa, seguro que pasa, lleva toda la noche pasando, cariño, ya verás qué bien y otro gramito o mejor no que a ti no te va bien para esto, la coca no te va bien y vas a perder el dinero, ay, sigue así otro poquito que eso me gusta, sigue, sigue y qué tal un bañito los tres cuando me corra, que para eso tenemos la piscinita y se va a quedar sin utilizar, anda, quítate los calcetines, amor y vamos llenándola, así, calentita y te hago una pajita en el agua, dame un traguito de mi champán, cariño o sino pídeme otra botellita, ¿podemos pedir otra botellita?, ¿sí?, me tienes que dar la tarjetita entonces, ay yo te voy a querer mucho, cariño, te voy a querer porque soy como una tortuguita, soy tu tortuguita…”

Dame un traguito de mi champán. Champán a treinta pavos el benjamín. Sí, te quiero, puta de mierda y no te reprocho ni lo que eres ni lo que haces. Me traes recuerdos de otras mujeres a las que un día creí amar antes del desmoronamiento de la civilización occidental. Ahora eso ya me da igual. Vistes tan bien, tu piel es tan suave y ellas, con el paso de los años han dejado de gritar, han dejado de sentirse orgullosas y no son más que otras putas desconocidas, anónimas pero sin chochito mágico y con sexualidad reprimida No comprenden lo que la verdadera sexualidad es cosa nuestra, algo que forma parte de nuestra libertad y por esa libertad por la que yo fui rechazado aquella noche. Desde entonces comprendí que la sexualidad es algo perteneciente a nuestra recreación personal, a nuestra nueva forma de posibilidad creativa y no una fatalidad como tú creías que eras. Pero… ¿quién eres tú ahora? Nunca  te comprometerás conmigo y me pregunto cómo te encuentras ahora que yo ya no estoy. Ahora que pienso que tal vez, un día decida que es mejor acabar con todo, arrimarse a la ventana, asomarse más de la cuenta, recobrar el equilibrio perdido y se acabó.