Lo que se conoce como el desgaste natural de las cosas era algo absolutamente cierto y no sólo una teoría o una frase. Las relaciones de cualquier tipo se desgastan, las suelas de los zapatos se desgastan, los libros se desgastan y hasta las pollas se desgastan, la uses o no. Y lo que a Steve le había asustado y no comprendía era cómo podía ella permanecer tan impasible ante la brutalidad y la indiferencia que él le mostraba e incluso follar eventualmente y hasta con cierto fingido apasionamiento. Algo ligerito. La realidad, la verdad oculta de aquella situación era un algoritmo encriptado indescifrable pero, la verdad, como concepto, ¿acaso no es una mujer que tiene razones para ocultar todas sus razones? Ella era una mujer y a partir de ahí todo se vuelve, cualquier cosa que haga, más explicable. El coche dejó el gran arco a la izquierda y tan sólo entonces percibió el delicioso aroma de la mugre cuando empieza a endurecerse y a fosilizarse. Lo mires por donde lo mires las mujeres son visiones, luces rojas con polos de atracción repulsión. Bajó Princesa y luego Gran Vía y pasó por Montera, que ahora era peatonal para facilitar todos los trapicheos, el de jaco, el de farla y el de rumanas de minifalda de plástico imitación cuero que van enseñando todo lo enseñable por la menos casual de las casualidades. Madrid, definitivamente, se había convertido en el lugar perfecto para que el más idiota pudiese sacar partido del caos y Steve era ese idiota.
Mario no era una mujer ni una luz roja ni una sinfonía en do menor pero tenía algo de todo ello en pequeñas cosas. También era otras cosas que no ocultaba. No tenía tetas pero se las tragaba dobladas. Trabajaba en una bastante próspera empresa de contratación de personal técnico informático de alta cualificación y alto rendimiento, sector laboral al que se suponía que pertenecía Steve cuando no tenía resaca y el aliento no le olía a la garrafa infecta de las Noches del Kwai y sus Pechugas de Villaroi. Se habían conocido en una entrevista y Steve le había calado la pluma nada más estrecharle la mano. Se habían caído bien de todos modos. De eso hacía varios años. Desde entonces se habían encontrado casualmente en bares maricas de Chueca y tomaban unos tequilas juntos para celebrar que la empresa en la que trabajaba Mario se estaba forrando con los servicios de Steve. Eran tiempos mejores para todos antes de la caída del imperio… Pero de lo que realmente se trataba era de una empresa de compra venta de carne humana y Steve lo sabía pero le daba para sus vicios y pasaba de cuestionarse nada más allá de su nómina a fin de mes. Él era sólo un mercenario y se hubiese vendido al Opus Dei si hubiese hecho falta. A las reuniones aparecía con sangre en la nariz o en la corbata o ni siquiera aparecía pero era demasiado alto el precio que los clientes pagaban por él como para despedirlo. Él era un buen chico con algunos problemillas de adaptación y caía bien hasta que finalmente cometía un error irreparable. Y Steve siempre terminaba cometiéndolo.
Mario era realmente un buen maricón, de los que quedan pocos y Steve era algo homófobo aunque en el caso de Mario hacía una excepción y le daba lo mismo si daba por la proa o si le daban por la popa o si la chupaba en dos tiempos a un negro mandingo. Mario era un buen tío, capaz de tomar tequila con un par de cojones de toro y cuatro hígados destilando a toda hostia. Steve sabía que podría encontrarlo en el Escueto o pillando un gramo en el Mala Fama y no fue allí para encontrarlo pero sabía que si iba lo encontraría y encontrarse con Mario era algo que no le importaba porque jamás se le ocurrió arrimarle la cebolla. Mario no juzgaba a nadie y era un marica respetuoso. No hacía reproches como otras mariconas y también leía a Sloterdijk como si fuese la mismísima Sagrada Biblia. Sloter y Shakespeare eran sus dos grandes pasiones, a parte del tequila y los orificios sexuales y era capaz de recitar Falstaff como si fuese el matarilerilerile.
Cuando lo vio le dio un abrazote sincero, sin julandronadas. De tío a tío. Steve se había enchufado ya tres tequilas y andaba con una San Miguel. Mario estaba deseando empezar porque también era otro vicioso. Un vicioso de la hostia. Como no había nadie cotilleando empezó a preparar un par de buenos tiros sobre el mostrador. Odiaba el disimulo.
– Has vuelto. Le dijo, mirándolo de reojo con la tarjeta de crédito dando golpecitos en el mostrador.
– Mi mujer me echó de casa. Ya no me aguantaba más. No se lo reprocho. Me había vuelto un tío insoportable. Nada fuera de lo habitual, pero insoportable para ella. Quería garantías. Pero yo no tengo de eso. Eso sólo lo dan cuando compras una lavadora.
– Supongo que has vuelto para quedarte. ¿Tienes trabajo o expectativas de conseguirlo? Necesitarás uno.
– No de momento. Me liquidaron bien. Creo que podré aguantar algunos meses tomando tequilas en bares de maricas. No tengo intención de trabajar por algún tiempo. O a lo mejor cambio de sector.
Mario sonrió a Steve y le hizo una seña a la camarera queed, quien trajo una botella de Cuervo que dejó sobre la barra junto a dos vasitos vacíos. Se enchufó uno de los tiros.
– Upppaaaa!! Dijo, echando la cabeza hacia atrás para no desperdiciar nada. El sabor metálico y amargo bajó por la garganta. Cualquier sensación de la lengua desapareció en el acto.
Echó tequila en los vasos, le dio uno a Steve y brindaron. Los rellenó y volvieron a brindar. Steve se endiñó su tiro, no sea que se lo llevase el aire acondicionado. -Tú no sabes hacer nada que no sea trabajar con ordenadores. Para eso eres un mago. El Harry Petas… pero para lo demás eres un inútil. Y sólo juegas para perder. Perdona que te diga esto nada más verte después de cinco años pero es así. Eres un pequeño diablillo cachondo, preparado siempre para explotar. Llevas en la frente tatuado “tipo chungo” y no tienes suficiente jamás. Cuando ya lo tienes todo vuelves a por otra hostia y ahora nos encontramos con que el tipo duro ha vuelto con su rollo metafísico y yo me tomo una copa con él, incluso le ofrezco un curro en el que no tenga que hacer nada, le invito a unos tiros y encima me trata con arrogancia. Como si fuese el puto Falstaff buscando a sus alegres comadres. Me pregunto si te has curado ya las liendres o las purgaciones o no se sabe si fue sífilis lo que tuviste porque eso ya no se quita jamás, hermano y me parece que la fiebre te volvió un poco loco. Deberías ir a que te miren como estás de lo tuyo.
Steve sonrió. Mario le hablaba duro con su deje de marica en estado de inspiración pero no se lo tenía en cuenta. Digamos que lo decía cariñosamente, no todo lo cariñosamente que le gustaría pero, cariñosamente al fin y al cabo.
– ¿Diablillo cachondo? ¿Me has llamado diablillo cachondo? Muchacho, me parece que has tragado demasiado esperma morito últimamente. Deberías cuidar un poco más de quién te la mete. Por cierto, traje en una caja las obras completas del profeta y encuadernadas en plástico adhesivo. Deberías verlas. Las tengo llenas de recortes de artículos que encontré por la web. Ya te lo enseñaré. Fotos raras de Proust y de Guimaraes. Y de la Bovary creo que también hay algo. Golfa genial…
– Dónde tienes las cosas, diablillo cachondo?
– En el coche. Es mi suntuosa mansión por ahora.
– ¿Vives en el coche? ¿O sea que cambiaste el útero materno por un coche?
– No está mal como microesfera. Muy íntimo, desde luego.
– No hables de úteros. Si mi madre me agarrase me volvería a meter en el suyo. Siempre fue muy protectora.
El bueno de Mario echó otro buen trago de la botella de José, esta vez a morro y al terminar, el tequila se le desparramó por la barbilla como si fuese leche materna. Entonces se la puso en las pelotas a Steve, que la agarró por el cuello y, como si fuese una gallina, se lo terminó de un trago. Mario sacó el sobrecito de la cartera y comenzó a trabajar en otro par de rayas, por si acaso se terminaba el mundo por orden de Donald Runthsfeld o de algún personaje oculto en la teoría de la conspiración. En lugar de Tamiflú había llenado la nevera de cajas de éxtasis, que parecía que iban baratas ahora en el mercado y empezaba a estar colocado de todo ello. En el fondo no estaba seguro de sentirse feliz de rencontrarse con su amigo.
– Hemos cambiado y los que no lo han hecho están perdidos. Morirán de gripe A, por lo menos, o de ver tantos programas del corazón en la tele. La tele pudre el cerebro. Eso es cierto hasta que se demuestre lo contrario. O a lo mejor no y lo digo sólo por llevar la contraria. Preguntarse quiénes somos está anticuado, amigo. Sólo somos un reflejo. Lo innovador ahora es saber dónde estamos y esa pregunta tiene difícil respuesta. Como bien sabemos, no es cierta la división entre cuerpo y alma, entre espíritu y materia. Vamos unidos y si se corrompe lo uno lo hace lo otro. Es la exposición más brillante que puedo hacerte para que lo entiendas, y supongo que ni aún así. En realidad, sólo lo cercano cuenta, pero no te lo tomes al pie de la letra, no te estoy diciendo que te arrimes a mi silla. A lo mejor es que echo de menos la caverna de mi madre. Siempre me lo he preguntado. ¿Otra birra? Siempre me pregunté a dónde me traían cuando me parieron esos irresponsables de mis padres. Fue un drama que no he superado y de ahí el resto de mis problemas pero mi mujer tampoco lo entendió por más que me molesté en explicárselo. Lo de las otras mujeres tampoco lo entendió nunca pero supongo que eso son detalles prescindibles. Parte de su herencia cultural. Ella sigue en la caverna de su madre, un lugar espantoso. -Tú lo que no soportas es la multipolaridad del adulto, las responsabilidades o cualquier otra cosa que no sea estar pensando en tu propio ombligo. Los cachorros de perro miran fascinados su propia caca y tú haces lo mismo. Apesta, pero te quedas a mirarla y te entristeces cuando observas que entre el cielo y la tierra hay muchos muertos valiosos y eso provoca un shock en ti, una especie de parálisis que no te permite ni avanzar ni retroceder, tan sólo quedarte mirando. En realidad tu verdadero drama es que nunca llegaste a despedirte del regazo infantil y tienes miedo, pero eso es otro tema del que hablaremos en la siguiente lección, que te será impartida con un atizador en la mano para que comprendas mejor.
– No hay muertos valiosos, amigo, sólo muertos, fiambres. Yo he dejado varios de mí mismo a lo largo de mi vida. Y apesta bastante más que tu caca de chucho.
La camarera bollera se les acercó y puso los codos en la barra, frente a ellos. Tenía un buen par de tetas.
– ¿De qué hablan, chicos? Era argentina, además de bollera y llevaba piercings hasta sabe Dios donde. Había dejado un dildo tamaño XXL en el guardarropas minutos antes. Aberraciones de la homosexualidad femenina. La silicona se le salía por los costados de su camiseta de tirantes y Steve le hubiese arreado bien, bollera o no. -De úteros. De trompas. De placentas. Todo círculos, todo esferas. ¿Vos sabés algo de eso? O no tenés ni puta idea. No, no tenés ni puta idea.
Tenés idea de traerme otra botella de mi amigo José Cuervo, s’il vous plaît? Así podré ver como mueves tu culo.
Ella lo miró.
– ¿Cuando volvió el bastardo? ¿Por qué no te quedaste en tu madriguera.
Y se giró en busca del tequila…
– Espera, espera… Le gritó Steve. La música sonaba con estridencia. Ella se giró dudando y dio unos pasos hacia ellos.
– Perdona. Juré que a mi vuelta me portaría como un buen tipo y que no ofendería a nadie ni por su raza ni por su condición sexual ni religiosa. Te pido disculpas. ¿Eres modelo? Hmm, precioso pelo… Eres el polo positivo o el negativo de la comida del conejo? ¿Te sulfatas? Que tú me quieras hoy me basta, nena.
En pocos minutos Steve estaba tirado en el suelo de la calle San Mateo, entre dos cubos de basura, viendo brillar las luces del King Creole en algún punto inexacto de la acera de enfrente. Dos gorilas con más bíceps que cerebro lo lanzaron volando tres metros y fue allí donde aterrizó. Luego se ganó una patada en el estómago y un escupitajo. Parapente por la cara, lo llamaron los pre homínidos.
– Steve, cariño. No eres nuevo en esto y sé que estás acostumbrado pero… me pregunto si nunca vas a aprender a tener la bocaza cerrada.
– Ufff. Hola, Desmond. Cómo estás, hijo de la revolución cubana? No te preocupes, me caes bien y no te guardo rencor. Arrrggg. Cómo van tu mujer, tus hijos y tus amantes? Sigues teniendo el mismo rabo de siempre?
– El mismo, amigo. El mismo.
Desmond le parecía un rascacielos cuando lo miras desde el infierno y a Steve se le estaba haciendo tarde para ir allí.
– Enhorabuena. Eres todo un negro mandingo. Un reventador de chochos.
Se levantó del suelo. En realidad Desmond lo miraba desde la puerta del bar y Mario, que venía desde dentro, se paró a su lado.-¿Estás bien? Preguntó mientras sonreía en plan junlandrón.
Steve se sacudió el polvo de Madrid, y se enderezó un poco pero sólo un poco, lo suficiente para ver las cosas en un plano horizontal y no todo vertical.
– Bueno, ya no hay un ser humano entero frente a un mundo entero. Me muevo en un líquido nutricio humano universal que a veces nos conduce a aterrizar entre dos cubos de basura. ¿Alguien podría preparar algún esnifable y un beberible de alto octanaje? Vámonos de aquí. Hasta pronto, Desmond.
Mario y Steve giraron hacia Hortaleza rumbo a la plaza de Chueca o de Malasaña. Era alguna hora imprecisa de la noche, tal vez las dos, tal vez más. El verano y agosto hacían que Madrid estuviese medio vacío y no habría podido llegar en mejor momento a la ciudad. Mientras el viejo y manoseado Madrid veía como se le derretían las aceras por el calor, Steve se sentía renacer.