Archivo mensual: junio 2012

Prosa desde el observatorio III

Cuando cambiamos de siglo planearon cerrarlo pero un grupo de neodadaistas encabezados por un tal Mark Divo se encerraron aquí como símbolo de protesta. Durante tres meses hicieron teatro, filmaciones, escribieron poesía, pintaron sobre las paredes, releyeron a Dadá y hasta planearon como debían ser los nuevos niños dadaistas del siglo XXI. Posiblemente más de uno fue allí engendrado. Ahora el Voltaire, gracias a ellos, sigue abierto en forma de cabaret y tú estás enfrente de mí bebiendo un gintonic después de tantos años sin vernos, después de tantos años separados y sin saber el uno del otro. Me he ocupado del alojamiento, como te dije, un hotel cualquiera de Zurich.

Ella lo dijo todo seguido, sin pausas, casi sin tomar aliento, con su tono aburguesado de ama de castillo. Te he hecho venir para que me lleves a tu acantilado, ese lugar donde confundes las acacias con las madreselvas y desde donde dices que se ve el final del mundo y en donde jamás nos podrán encontrar. Quiero disfrutar los años que me queden a tu lado. Sé que tuve que haberlo hecho hace tiempo, pero no tuve valor. Pero hasta entonces, durante los días que estés aquí, durante el día planearemos mi marcha, nadaremos en el lago en la parte donde la corriente no es peligrosa, pasearemos en bicicleta y admiraremos los deliciosos rododendros, esa palabra que tu pésimo francés siempre te impidió pronunciar correctamente. Por las noches pasearemos por Spiegelgasse y beberemos gintonics en el Voltaire, como hacemos ahora, hasta alcanzar la suave embriaguez que me de valor para ser tuya. Nunca olvides que spiegel significa espejo… cuando me estés mirando te estarás mirando a ti mismo así que si tienes miedo lo tendré yo también. Sé que te asustan las cosas que multiplican a las personas. Los espejos lo hacen. Las mujeres también.

Él la miraba desde su asiento, apoyado sobre una mesita en un rincón del Voltaire, como ella había dicho. Pronto le agarró la mano porque el vértigo le hacía sentir hormigueo en las sienes y en algún rincón de su entereza. Había aceptado aquella invitación como hubiese aceptado cualquier cosa que ella le hubiese pedido pero ahora deseaba sentir el calor de julio de Madrid junto a ella, protegido por su faro, por su observatorio y por su acantilado, por las universidades que un día recorieron juntos agarrados de la mano, por la puerta de hierro que un día les perteneció y por aquel viejo hospital. El mundo empezaba a despedazarse y quedaba poco tiempo. Ambos anhelaban aquel momento del final como un renacimiento. Él pasó veinte años diciéndole que, más tarde o más temprano se la llevaría con él y que ahora podía esperar incluso a la llegada del otoño y al amarillear de las hojas de las acacias que en Madrid se produce en noviembre. Pero el mundo no los esperaría mucho más, no esperaría tanto tiempo. Entonces ella miró al espejo que tenía enfrete y le dijo que se iría con él, no sabía cuando, pero lo haría.  Él le besó el dedo índice y luego el corazón.

Oh Mother, I can feel the soil falling over my head
And as I climb into an empty bed
Oh well. Enough said.
I know it’s over – still I cling
I don’t know where else I can go
Oh …
Oh Mother, I can feel the soil falling over my head
See, the sea wants to take me
The knife wants to slit me
Do you think you can help me ?
Sad veiled bride, please be happy
Handsome groom, give her room
Loud, loutish lover, treat her kindly
(Though she needs you
More than she loves you)
And I know it’s over – still I cling
I don’t know where else I can go
Over and over and over and over
Over and over, la …
I know it’s over
And it never really began
But in my heart it was so real
And you even spoke to me, and said :
«If you’re so funny
Then why are you on your own tonight ?
And if you’re so clever
Then why are you on your own tonight ?
If you’re so very entertaining
Then why are you on your own tonight ?
If you’re so very good-looking
Why do you sleep alone tonight ?
I know …
‘Cause tonight is just like any other night
That’s why you’re on your own tonight
With your triumphs and your charms
While they’re in each other’s arms…»
It’s so easy to laugh
It’s so easy to hate
It takes strength to be gentle and kind
Over, over, over, over
It’s so easy to laugh
It’s so easy to hate
It takes guts to be gentle and kind
Over, over
Love is Natural and Real
But not for you, my love
Not tonight, my love
Love is Natural and Real
But not for such as you and I, my love
Oh Mother, I can feel the soil falling over my head
Oh Mother, I can feel the soil falling over my head
Oh Mother, I can feel the soil falling over my head
Oh Mother, I can feel the soil falling over my …
Oh Mother, I can feel the soil falling over my head
Oh Mother, I can even feel the soil falling over my head
Oh Mother, I can feel the soil falling over my head
Oh Mother, I can feel the soil falling over my …

 

Prosa desde el acantilado II

Cuando volviste tenías los ojos enrojecidos por haber estado llorando durante todo el vuelo. Te fui a buscar al aeropuerto para ayudarte con las maletas y con el alma, que te pesaban demasiado para cargarlas tú sola. Estabas flaca y cansada y preferiste ir a tomar café en cualquier cafetería del centro. Me pediste que te hablase del acantilado y de cuándo iríamos allí a besarnos como adolescentes sin otro lugar donde besarse. Hacía veinticinco años que no te veía. Tú sí me habías visto a mí, bajando las escalera del metro de la Avenida de América, con un traje y una corbata destartalados ambos. No me dijiste nada. Delante del café me agarraste la mano y me dijiste que estabas deseando hacerlo desde hacía un lustro. Querías que te llevase al observatorio a ver el fin de la civilización, a que te leyese todo lo que había escrito durante todos estos años y que tú me habías ido corrigiendo en rojo sobre mi propios textos. Adoraba que lo hicieses y lo echaba de menos cuando no lo hacías porque decidías que tu vida… En la cafetería aquella, con las manos juntas, rozando lo eterno, parecía que el mundo que se derrumbaba fuese lo de menos. Agarramos las maletas y nos fuimos a las universidades, donde el faro ilumina, te sentaste en el cesped y balanceaste tu cabeza contra mi hombro. Ven conmigo a ver como todo termina y como todo empieza. Nos protegeremos en tu útero y no le temeremos a la iniquidad ni a la ignominia ni a la injusticia ni a la perversidad ni a la vileza ni a la infamia ni a la maldad… Todo está por desasparecer menos nosotros, que hoy miramos las grietas y sonreimos asombrados. Allí sentado me puse las chanclas de mercadillo que me trajiste  y yo a ti te di mi colección de servilletas de papel escritas por los dos lados. Me sonreiste con tristeza. ¿Por qué has tardado tanto? Te dije.

Lu

Sin lugar a dudas se puede afirmar que Lucía necesitaba hacer las paces con dios urgentemente. Ambos se habían estado metiendo el dedo en el culo mutuamente durante años, ella cagándose obstinadamente en él cada cinco minutos y él vengándose liquidando a sus familiares y amigos.

Lu era bastante más joven que Steve y en la cama siempre se había mostrado tan entusiasta como hábil y precisa, combinación poco frecuente, es sabido. En sus escasos encuentros había dejado a Steve  en un estado temporalmente irrecuperable gracias a sus habilidades de directora de orquesta.  Se trataba de una morena deliciosa que Steve no sabía bien de donde había salido, tal vez de alguna noche indescifrable, hablándole de Bucay cuando él se encontraba apoyado contra una barra, más por no caerse que por comodidad. Desde el primer encuentro hasta el segundo habían pasado dos años. En medio sólo hubo silencio entre ellos. Steve había continuado su cruzada contra sí mismo en busca de la estabilidad y la había apartado sin darle explicaciones. Él buscaba pasar su entierro pero, como tantas otras cosas, no lo encontraba pero probablemente no se hubiese encontrado los huevos si se lo hubiese propuesto. Estando en la cama, después del segundo polvo, ella le había contado la historia de la reciente muerte de su madre. Después de aquello, ella siempre hablaba de su madre. Se refería a ella casi para cualquier cosa y llegó incluso a conmover a Steve. Vivía por el centro, por Salamanca y era una niña bien, guapa, no muy alta pero bien formada y con unas tetas escandalosas. Follaba como dios y le metía mano a Steve en cualquier sitio, en el metro, en una cafetería o delante de su padre durante la puta cena de navidad, con el pavo asado en frente guiñándoles un ojo y señalándoles con su dedo metafísico el camino de la habitación más próxima. Hace un polvete, chicos? La mujer de Steve nunca llegó a enterarse de la existencia de Lucía, ella, que al final se había enterado de cada detalle de cada infidelidad. Pero tal vez con Lucía Steve tuvo más cuidado de conservar intacto el secreto porque para él Lucía tenía una especial fatalidad que merecía un mínimo de consideración, una consideración digamos excepcional. Dos años más tarde, cuando Steve volvió a Madrid y se encontró con ella, volvió a aparecer y Steve entró al trapo porque se trataba de uno de esos asuntillos pendientes que le quedaban, una explicación que debía dar. Se encontraron y lo primero que hicieron fue irse a la cama. Follaron todo lo que puediron y de todas las maneras. Ella seguía casi igual pero Steve, sin darse cuenta, haciéndole un repaso por todas las planicies de su cuerpo con la lengua, se encontró con un pequeño cauce, una cicatriz que ahora tenía en el vientre y que antes no estaba.

-Esto?

-Tuve un niño. Me hicieron la cesárea.

-Sabes quién es el padre? Soy yo?

Steve y Lucía no habían tenido tiempo de ir a tomar nada antes de modo que las verdades y las palabras llegaban sin anestesia, afiladas como cuchillos de cocina.

-Tranquillo. No eres tú.

Dio una calada larga y profunda a su cigarro.

-Fue mi ex. Un mal polvo. Mi hermano murió también, lo recuerdas? Mi hermano murió cuando tú ya no quisiste hablar más conmigo. Coincidencias. Entonces me acosté con mi ex. Lo hubiese hecho contigo pero no estabas. Fue auto destructividad. Contigo también lo es, pero de otra manera. Mi hermano mayor murió y un bebé parece que lo reemplazó. No era ese tu equilibrio cósmico? Ahora estoy jodida.

-Te refieres a tu hermano? El de siempre? Con el que te llevabas tan way?

Lucía había enviado a Steve docenas de correos que él se había negado a leer. Los borraba sistemáticamente según entraban en su buzón y ella, poco a poco, fue dejando de intentarlo. En el contenido de los correos le contaba la muerte de su hermano y el proceso autodestructivo en el que había entrado. Los rollos de una noche, la priva, el pastilleo…  Hacía unos meses había muerto su madre y poco después su hermanito querido. Definitivamente dios le estaba metiendo el dedo en el culo a lo bestia por algún motivo. Igual algún antepasado hereje que se quedó sin quemar. Pero Lucía no merecía esto por algún antepasado hijoputa.

-Vaya. Esto me deja en bastante mala situación.

Steve no quería niños meones colgando de su vida bajo ningún concepto. En el fondo del dolor de Lucía, él respiraba tranquilo. Que buscase al viejo del crío. Él era sólo un chinorri.

-Bastante mala situación? Eso es todo lo que te preocupa? Eres un bastardo.

Realmente Steve era un bastardo y lo admitía hasta cuando no quería serlo. Un puto bastardo sin una molécula de corazón pero, en aquel instante, con Lucía echada y en pelotas en la misma cama que él… había algo que fallaba… Aquel era uno de aquellos momento en que la idea de ser un bastardo le hacía hacer conjeturas sobre sí mismo topándose consigo mismo, encontrándose de frente y proponiéndose algo grande con Lucía sólo por compasión para, a continuación, no avanzar ni un paso en ninguna dirección, siempre harto de todo. Ni consolarla podía por la parálisis de estar conjeturando. En realidad eran tan parecidos en algunos momentos que sentía que cuando se lanzaban reproches era como si el mendaz llamase al mendaz  mendaz.

-Lo siento pero… yo no me preocuparía por el mundo en que va a vivir tu hijo cuando tenga diez años. Probablemente la vida será algo parecido a la gran muralla de China. Puedes contarle eso. Respecto a tu hermano, supongo que fue un infarto. Glorioso. Glup.

Steve glupeaba.

Era aquello un mal sueño? Se había parado la cuerda del reloj de la jodida Puerta del Sol? Enfermera, un tequila, por favor.

Ella giró la cabeza y lo miró un instante. Luego recuperó la posición. Lo despreciaba pero él estaba acostumbrado a que lo despreciasen. Era lo de menos.

Lo suyo era una verdadera hermenéutica de la catástrofe pero no reflexionaría sobre ello con Lu. Se juró que no lo haría. Pero lo que sí necesitaba, lo que verdaderamente sí necesitaba era un trago de algo fuerte que le rascase desde las amígdalas hasta la punta de las uñangarracas de los dos dedos gordos de los pies.

-Es una pesadilla. Dijo. No podía evitarlo. Puedo hacer algo?

-Ea. Lu siempre decía ea cuando estaba realmente cabreada, cuando le habías tocado las pelotas de una vez por todas.

Y Steve cada vez la cagaba más aun sin quererlo. Cagarla era parte de su idiosincrasia. Steve siempre la cagaba cojonudamente.

-Sí. Cásate conmigo. Ponte a trabajar como si fueses un tío normal y como si tuvieses dos cojones, cásate conmigo y conviértete en el padre del niño. Al final eres parcialmente e indirectamente culpable del embarazo. Culpable por omisión y no haber sido tú el que me follase. Aunque dudo que te quede nada con lo que embarazar a nadie. Nunca he estado tan tranquila después de follar como cuando lo he hecho contigo. Todo está muerto dentro de ti.

Ahora ella había subido el tono de su voy y casi gritaba. Escupía en todas direcciones con cada palabra que pronunciaba. Y realmente a Steve seguramente no le quedaba nada con que reproducirse o multiplicarse y tal aunque eso de multiplicar a las personas siempre le pareció un acto matemático espantoso, por eso odiaba tanto los espejos y cualquier artilugio en donde uno pudiese reflejarse y duplicarse.

De pronto Lu soltó una carcajada histérica y una lágrima cayó en la arena. Definitivamente aquello era una dosis demasiado elevada de realidad para un solo día. Había tomado la decisión firme hace tiempo atrás de ser tan sólidamente cínico como para jamás disolverse en ese tipo de felicidad de la que hablaba Lu con más cinismo del que jamás él pudiese emplear. Necesitaba tomar una cerveza tras otra acompañadas de algo con alcohol. Aquello era una fiesta de suicidas animándose alegremente los unos a los otros, en la que no estaba dispuesto a participar. No pretendía hacer conjeturas sobre el futuro pero de lo que sí estaba convencido era  que no aceptaría jamás la propuesta que Lu jamás le había realmente hecho. Su pesimismo metodológico se lo impedía y todos los terrores que llevaba guardados se lo impedían y pensar en lo peor era la base misma de cualquier análisis.  Dios mío, dónde está el bar más cercano? El sudor le corría por los omoplátidos y por los romboides circumboliciónicos.

Lu se levantó y se paseó desnuda por la habitación, como si estuviese sola. Se apoyó contra la ventana. Era de noche y Lu tenía unas nalgas algo celulíticas cojonudas. Pero Steve quería seguir siendo libre, aunque fuese a la fuerza.

-Te curras un chino?

-Cómo?

-Tengo algo de caballo. Te curras un chino?

Un chino no era lo que Steve necesitaba en aquel momento pero, dadas las circunstancias y su politoxicomanía… no parecía haber otra opción, es decir, tendría que calmarse y utilizar toda su pericia para preparar el manjar más suculento que en aquel momento podía encontrar.

-Sé donde hay algo de papel de albal. Trae ese jaco que espero que sea decente y te prepararé un aperitivo, querida. A tu gusto. Algo de pan de ajo antes, cariño?

Steve intentaba bromear para relajarse, para desentumecer la situación pero Lu no se reía en absoluto.

A Steve le había cambiado el semblante. Lu sacó la papelina del bolso y Steve se cocinó el amoniaco con los polvos. Olía a los mejunjes mágicos del niño Harry Potter o de Merry y Pippin, los hobbits gays. Se pusieron a fumar el chino.  Desde cuándo le pegaba Lu al jaco? Al terminar quedaron los dos tumbados en la cama. A Steve le pesaban los pómulos y los párpados como si se le fuesen a despegar de la cara y se fuesen a caer al suelo, que a su vez se hundiría plegándose espacio temporalmente sobre sí mismo. De pronto le habían entrado ganas de abrazarla antes de dormir. Definitivamente el jaco dulzón no era lo suyo pero pronto pasaría.  No estaba acostumbrado al caballo y mañana le picaría hasta el alma.  Ella se había tapado con las sábanas y dormía con la boca abierta y la baba cayéndole por un lado de los labios. Steve se la cerró suavemente con la palma de la mano. Entonces se levantó de la cama y se vistió. Desde lo alto de su metro noventa la miró, convencido de que nunca más volvería a verla. Ella se había convertido en un problema de fatalidad y Steve ya había tenido bastante ración de aquello en su vida. Le besó la frente desde las alturas, sin tocarla y le rozó el cuello con dos dedos. Lu no se movió. Entonces se giró y se marchó y con ello Lucía, su hijo, su vientre de piel color aceituna de Campo Real, la ilusión que una vez tal vez pudo significar y en definitiva, todo lo contenido en la esfera llamada Lucía desapareció para siempre jamás en algún oscuro rincón de la memoria donde ya no es posible dar marcha atrás. Puff. Adios, Lu. Adios, niño.

En la calle comenzó de nuevo a sentirse despejado. Tal vez aún existía la posibilidad de encontrar algún bar abierto o quizá un puti donde tomar una más que merecida dosis de alcohol. La noche rugía ahí fuera y se sentía bien otra vez, con la conciencia un poco más limpia. Salió del hotel del amor y se adentró en el agujero negro primordial de Madrid.

 

BARRIO PLATEADO POR LA LUNA

I

Si eres un puto gordo tienes que soltar tu dinero para que te mire el endocrino y te haga una reducción de estómago. Pero si quieres tener novia y quieres mojar desde la primera noche tienes que pagarle todas las copas hasta que la tengas cocidita, en su punto de maceramiento, ni mucho ni poco, pero desde luego, tienes que soltar la viruta y comprarle rosas a la vendedora china que más tarde o más temprano pasará por tu mesa. Si desde que eras pequeño no te dio la gana de lavarte los dientes como te decían tus viejos ahora tendrás que untar a un sacamuelas que te sacará hasta las tripas y querrá acostarse con tu hermana. Puedes pretender  tener un buen piso y meterte en una hipoteca que te esclavizará toda tu vida y la de tus hijos y nietos y joder tres generaciones de una tacada o puedes ser un delincuente. En tal caso en el trullo no pagarás ni alquiler ni alimentos. Pero te darán por culo los negros mandingos, los vigilantes y hasta el alcaide. En cualquier caso estarás jodido porque hemos entrado en el siglo xxi, el siglo que limita con el Apocalipsis y Dios, que es el peor casero que existe, está preparando ya la factura por habernos alquilado este planetucho durante una temporada. Y mientras todo eso llega, el sector financiero y los políticos se han confabulado para convertirnos en sus esclavos. Y lo somos. Nos la van enroscando lentamente y no nos damos cuenta pero… lo somos. Y lo peor está por llegar. Entonces le preguntas a esa chica a la que acabas de conocer y que te quieres ventilar sin más prolegómenos: ¿qué es lo que más te cabrea de este mundo, cariño, lo que más te jode realmente?

Me llamo Nelson. No estoy gordo, no tengo novia porque la última me dejó colgado el día que no me soportó más, tengo caries de las que se encarga un peluquero amigo mío que en sus ratos libres ejerce de dentista a razón de veinte pavos la muela y puedo afirmar con orgullo que soy más pobre que las ratas. He pasado de los cuarenta y he tapiado la ventana de las grandes expectativas: una cerveza y hacerme una paja son, en mi vida, la metáfora del alcohol y las mujeres. No hay más. He comprobado que el orgasmo es un paroxismo; la desesperación, otro. Lo que ocurre es que el primero dura un instante; el segundo dura una vida y tras llegar a esa conclusión creo que sólo  escribir me divierte. Escribir y jugar al ajedrez. Por las tardes bajo al boulevard de mi barrio y allí me quedo hasta el anochecer. Se trata de una zona arbolada y amplia donde los emigrantes de todo el mundo se juntan para beber cerveza, para hacer sus trapicheos de costo y hachís, sacar a los niños o a los perros a pasear y que echen una meadita o escuchar alguna emisora colombiana o musulmana. A veces los moritos la escuchan y les preguntas si están cantando o si están diciendo una misa. Una misa, te contestan. ¿Y qué dicen? Muchas cosas, te dicen con solemnidad.

En el boulevard me siento a gusto. Con el paso del tiempo me he convertido en uno de ellos y ni el color de mi piel ni mi acento parece importarles. Ellos no son racistas y me aceptan como una singularidad pero al menos me invitan a los licores de su tierra. En el boulevard me siento bien, no tengo pretensiones y, sobre todo…  juego al ajedrez. Varios de los vagos que siempre andamos por ahí hemos confraternizado en torno al tablero y las piezas  y nos sentamos alrededor de una mesa donde da la sombra y jugamos al rey del tablero. El que pierde se levanta y el que gana permanece sentado y no paga los botellines de esa ronda,  que van rulando durante toda la velada. Priva barata si eres capaz de permanecer con el culo pegado a la silla unas cuantas partidas seguidas pero una ruina cuando no haces más que perder, como es mi caso. Hay dos cubanos que juegan de puta madre pero es Emil, el rumano, el que domina el cotarro. Cuando Emil no está porque le ha salido una chapuza en una obra los cubanos se reparten el tablero la mayor parte del tiempo y prácticamente no pagan nada durante toda la tarde. A mí me ganan en una proporción de una a quinientas partidas pero cuando llega Emil las cosas cambian. Los dos cubanos se miran entre sí como diciendo “se acabó el chollo, viejo” y entonces Emil se sienta y, como un prestidigitador comienza a ganar partidas. Ya no se levanta de la silla y los demás comenzamos a soltar dinero para sus cervezas. Emil habla poco, se concentra y encoje el rostro, se le tensa el rictus y comienza a repartir ostias a izquierda y derecha. No hay quien se le resista y jamás lo he visto perder una sola partida. Habla mal castellano, con acento rumanizo  de alguna zona del interior de la Transilvania septentrional, si es que eso existe pero, con el reloj corriendo en su contra comienza a hacer sus cálculos y finalmente gana una partida que parecía completamente perdida. Entonces habla, podemos imaginarlo todo, calcularlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos, dice,  mientras vuelve a poner  las piezas en su sitio para comenzar la siguiente.

Algunos metros más abajo de donde colocamos nuestra silla de camping y nuestras sillas, en un banco de piedra se sientan un grupo de quirománticas, leedoras de mano, echadoras de la buena fortuna y tatuadoras, vendedoras de bisutería y de perfumes fabricados por ellas que cotorrean sobre todo lo que sucede a su alrededor, incluidos nosotros, a los que tienen por una panda de tipos raros y por unos maricones a los que jamás han sacado un céntimo con sus artes de brujas caribeñas profesionales.  Lo mejor de aquel grupo era que todas eran mujeres y de vez en cuando se acercaban a nuestra mesa para ver si podían sacarnos los cuartos de alguna manera.

–          Aquí tienen una esclava, señores. Pa lo que se les ofresca. Díganme qué desean, ¿ la buena fortuna, un cafesito, un tatuajito, una servidora? Al que me pague bien le pinto en púrpura  la isla de Mogador en el culo.

Y se marchaba lanzando una carcajada que era secundada por sus compañeras desde la lejanía.

II

Pero lo cierto es que el pecado formaba parte del proyecto divino y el auténtico pecado allí se llamaba Nora y se trataba, sin duda, de un ser extraordinario, radical, es el sentido más riguroso, es decir, ella solita conformaba todo un sistema orbital esférico y platónico,  planetario,  galáctico, un sistema que no soportaba ni el más mínimo desarreglo o perturbación ni crítica, ni asimetría, se trataba de un sistema orbital sobre el que girábamos todos nosotros, ajedrecistas o no, eso es lo que a mí me parecía, es decir, ningún adjetivo, ningún sustantivo era capaz de describirla sin errar crasamente. Nora era una mulata moluqueña que no debía tener más de diecisiete años aunque perfectamente podría parecer treinta y cinco o veintidós, dependiendo de la oblicuidad de la luz con la que fuese reflejada en cada instante. Se juntaba con las gitanas y negras y fabricaba abalorios y hacía trenzas de rastafari y jamás hablaba. Nora parecía vivir ajena a todo lo que la rodeaba, en su propia galaxia. Se puede decir que los seres excepcionales sólo podrán triunfar sentimentalmente si se juntan a otros seres excepcionales y Nora era un ser excepcional pero por allí la gente de su especie no abundaba demasiado que digamos.

Nora escribía el deseo sexual en cada movimiento, en cada respiración, en cada bombeo de su corazón. Lo escribía en un texto  imaginario en el que todo en ella era energía sexual enigmática como un diagrama tibetano,  un diagrama tántrico, un diagrama que representaba el eje de su cuerpo, desde el sexo hasta el cerebro. Y daba miedo. A mí, que temía a las mujeres más que al castigo divino por mi inferioridad emocional frente a ellas, que las temía más incluso que al paro, Nora me daba mucho miedo.

III

Los cubanos rajaban que daban miedo cuando no estaba Emil. Durante las partidas hacían comentarios despectivos  hacia las jugadas del contrario tal vez con la intención de intimidarlo. Conmigo no lo conseguían pero sí conseguían tocarme las pelotas y que cuando perdía me levantase de bastante mal humor.

–          Ah, ¿con que esa jugada? Ahora sí estás joío. Pues ahora te voy a meter el comunismo en el cuerpo, m´ijo.

Y movía dando un golpe con la pieza en el tablero. Cuando finalmente ganaban la partida te levantabas para dejar paso al siguiente. Una vez en que estaba esperando mi turno para sentarme y en el que uno de los dos cubanos estaba repartiendo cera a todo bicho viviente observé como mis músculos se tensaban y mi corazón comenzaba a latir aceleradamente. Justo detrás de mí, gomo una gata, estaba Nora mirando las partidas (o mirando mi nuca, no lo sé). Llevaba su pantalón vaquero desteñido, unas sandalias y el pelo con rastas hasta casi el ombligo, uno de sus centros gravitatorios. Nora me respiraba en el cuello, sin hablar, mirando a ninguna parte y yo estaba convencido de que la partida le importaba un bledo y que estaba allí por mí, para mí, para que algo ocurriera. El aire que exhalaba era su método de comunicación y era a mí a quien se dirigía aquel ser interplanetario. Entonces me llegó el turno de sentarme. Con los músculos paralizados y gélido como una estalactita me senté en la silla que acababa de quedar vacía. Nora seguía ahí y me atreví a adentrarme en el interior de sus ojos, por primera vez desde que la había visto tuve el valor de hacerlo. Ella mi miraba sin gesticular, con aquel metalenguaje que utilizaba y que sólo comprendía quien ella quisiese que comprendiera. Miré al tablero y comencé a jugar. Ella estaba allí y mis movimientos co0menzaron a ser precisos, perfectos, irrefutables.

–          Ta bien, m´ijito, tas jugando bien. Pero la que te viene ahora… Nooooo, ya la jodiste, m´ijo, te vas a chulear a este hijo de la revolución, noooooo, esa no, chambón, chambonaso… no no no, pelotudaso.

El cubano iba aumentando el nivel de su intimidación pero yo no lo escuchaba. Sólo el latido de mi corazón llegaba a mis oídos y el aire caliente de las entrañas de Nora, del pecho de Nora. Mientras seguía jugando como nunca lo había hecho, con la precisión de un maestro y el cubano pronto dejó de hablar, cuando vio que, definitivamente estaba perdido. Aún aguantó algunos movimientos más con la esperanza de que yo cometiese algún error de principiante, con la esperanza de que no supiese rematar la partida. Pero eso no sucedió.

–          Jaque mate. Dije.

No estaba seguro de que fuese jaque mate pero lo dije. Era jaque mate y el cubano se había vuelto blanco de pronto. Dando un golpe a su rey que lo hizo volar fuera de la mesa, se levantó con violencia y se marchó furioso. Yo seguía paralizado, mirando la posición, tratando de entender… De pronto miré a Nora y Nora seguía ahí. Volví a mirarla, volví a mirar el interior de sus ojos negros y desde ahí me hizo una mueca, una sonrisa de medio lado. Sacó su pequeña lengua para mojarse los labios y, satisfecha, dándose media vuelta, volvió con su caminar de gacela con su grupo de fabricantes de pulseras.

IV

Nunca volví a tener ningún contacto con Nora. Ahora ha pasado el tiempo y todo ha vuelto a la normalidad. Aquel día no seguí jugando partidas ni bebiendo botellines de cerveza. Me marché a mi casa en silencio, embrujado. Después todo ha seguido igual. Los cubanos han seguido dándonos estopa y han seguido siendo los propietarios de la mesa, siempre con el permiso de Emil. Alguna vez he tenido la tentación de acercarme a Nora para preguntarle qué fue lo que hizo, qué fue lo que pasó, pero me sentí ridículo por ello y jamás lo intenté. Lo que sé es que mi ajedrez jamás mejoró, seguí perdiendo partidas y seguí siendo el vulgar jugador que morirá olvidándose la reina en la línea de fuego de una torre. Pero algo sí cambió después de aquel día. Aquel día comencé a escribir sobre mi barrio y sobre el exilio que todos nosotros vivimos en nuestro barrio. Exilarse en ese barrio de Madrid es como pertenecer a un clan, integrarse a un clan, una vez integrado quedas gravado a fuego  por ese falso honor del alcohol, de ausencia y de silencio.

Llegar pues -me sucedió hace unos  años y  llegué de forma voluntaria sabiendo que aquel, probablemente,  no sería el mejor lugar donde estar pero que sería mi sitio por mucho tiempo. Voluntario o no, fue al mismo tiempo abrazar su orden, integrarse: aceptar también toda la ponzoña y toda la canalla que en él se agrupa,  vagos, maleantes, maltratadores, camellos y otra gente de mal vivir y eso es lo más duro, saber que tu elección ha sido libre y que no deberás de ser indigno a ella. Nora hizo con su aliento en mi espalda que entendiese cuál era mi camino, el camino que debía seguir y la misión que tenía. Escribir sobre mi barrio plateado por la luna y sobre toda la distinguida purria que lo habitamos. Yo ya he pasado los cuarenta y he completado mi exilio. El libro sobre el barrio saldrá pronto y fue el aliento de Nora el que guió mi pulso a través de las cuartillas que narraron su existencia.

Prosa desde el observatorio I

Por qué no vienes aquí conmigo a ver cómo se derrumba todo? Podemos sentarnos en el acantilado, junto al faro, cerca de donde vivíamos, por donde paseamos tantas veces camino de las universidades, podemos sentarnos y cogernos de la mano y ver cómo todo se hace añicos, el fin de la civilización tal y como la conocemos,  mientras nos comemos un polo con las chanclas que me compraste en el mercadillo. Podemos aprovechar el calor. Podemos aprovechar que tú tendrás mucho tiempo y poco trabajo, podemos aprovechar que a mí me han despedido, como a todos los demás y podremos complacernos con el romanticismo de la pobreza. Yo te prometeré que seré buen chico en la próxima vida, la que vendrá después de la catástrofe y que no cometeré los mismos errores dos veces y entonces tú me mirarás y me besarás otra vez después de tantos años.

It ain’t no use to sit and wonder why, babe
It don’t matter, anyhow
An’ it ain’t no use to sit and wonder why, babe
If you don’t know by now
When your rooster crows at the break of dawn
Look out your window and I’ll be gone
You’re the reason I’m trav’lin’ on
Don’t think twice, it’s all right

It ain’t no use in turnin’ on your light, babe
That light I never knowed
An’ it ain’t no use in turnin’ on your light, babe
I’m on the dark side of the road
Still I wish there was somethin’ you would do or say
To try and make me change my mind and stay
We never did too much talkin’ anyway
So don’t think twice, it’s all right

It ain’t no use in callin’ out my name, gal
Like you never did before
It ain’t no use in callin’ out my name, gal
I can’t hear you anymore
I’m a-thinkin’ and a-wond’rin’ all the way down the road
I once loved a woman, a child I’m told
I give her my heart but she wanted my soul
But don’t think twice, it’s all right

I’m walkin’ down that long, lonesome road, babe
Where I’m bound, I can’t tell
But goodbye’s too good a word, gal
So I’ll just say fare thee well
I ain’t sayin’ you treated me unkind
You could have done better but I don’t mind
You just kinda wasted my precious time
But don’t think twice, it’s all right

It ain’t no use to sit and wonder why, babe
It don’t matter, anyhow
An’ it ain’t no use to sit and wonder why, babe
If you don’t know by now
When your rooster crows at the break of dawn
Look out your window and I’ll be gone
You’re the reason I’m trav’lin’ on
Don’t think twice, it’s all right

It ain’t no use in turnin’ on your light, babe
That light I never knowed
An’ it ain’t no use in turnin’ on your light, babe
I’m on the dark side of the road
Still I wish there was somethin’ you would do or say
To try and make me change my mind and stay
We never did too much talkin’ anyway
So don’t think twice, it’s all right

It ain’t no use in callin’ out my name, gal
Like you never did before
It ain’t no use in callin’ out my name, gal
I can’t hear you anymore
I’m a-thinkin’ and a-wond’rin’ all the way down the road
I once loved a woman, a child I’m told
I give her my heart but she wanted my soul
But don’t think twice, it’s all right

I’m walkin’ down that long, lonesome road, babe
Where I’m bound, I can’t tell
But goodbye’s too good a word, gal
So I’ll just say fare thee well
I ain’t sayin’ you treated me unkind
You could have done better but I don’t mind
You just kinda wasted my precious time
But don’t think twice, it’s all right