Archivo mensual: enero 2017

Malas costumbres

Mi madre hacía libros. Los fabricaba en su pequeña editorial donde empezaba y terminaba todo el proceso ella sola. Los cosía a mano, los encuadernaba, los forraba con papel celofán de colores, elegía los materiales, los tipos de papel según la temática del libro: carbónico para los escritos por mujeres, calandrado para los técnicos, couché para ser leídos por lectores con gafas o monóculos, estucado, Biblia, crespón para Pinocho, el italiano… Eran libros maravillosos. Vivía cerca de un lago y tomaba gintonics en el cabaret Voltaire. A mi madre nunca le cayó bien Gutemberg.

Monitorización

Medicamentos clasificados con pulcritud. El rumor próximo del aparato que me proporciona oxígeno es constante, un ronroneo animal sólo interrumpido por mis accesos de tos. Visualmente monitorizo a Maude6 en su madriguera de metacrilato. El ratón juega estúpidamente consigo mismo: lo aborrezco por su excelente salud, que ridiculiza la mía. Observo a Maude6, aguardo desesperadamente verlo morir o vivir para repetir su tratamiento experimental en mí. Porque ratón y hombre es sabido que prácticamente tienen la misma cadena adn, con una variación de menos del 1%. Con algo más seríamos un delfín o un arácnido. Es así de frágil.

Desde el observatorio.

Nadaron hasta la orilla para comer fruta. Lo sagrado se había vuelto orgánico y estaba entre sus manos. Recuerda, querida: el juglar sigue las señales del oráculo de Delfos, ni dice, ni oculta: hace señales que hablan de un fin venidero y próximo y del resurgir de la antigua ciencia. Tendrás que liberarte de la visión paranoica del mundo y aprender a hacer tratos con la máquina. Deberás escribir un libro titulado Instrucciones para la gestión de la cosmonave llamada Planeta. Juntos, sobre la arena, diseñaban su futuro, mordisqueaban manzanas y al nuevo ingenio lo llamaron bicicleta.

Gran jefe (microrrelato).

Siendo niño,  sentado sobre el suelo con las piernas cruzadas como si fuese un caudillo sioux, buscaba un silbido en mi garganta que sonase a Mahler o, quizá, a un concierto para violín. Un antiguo magnetófono de bobina simulaba ser mi orquesta. Me gustaba pensar que me observaba, silencioso. Aquel fantasma musical me inició en el espíritu del pentagrama, en el arte del solfeo y en el movimiento magistral de la batuta revolviendo notas flotantes en desbandada. Mucho después, subido a la peana de director, introduzco el mundo en una partitura  y marco forte, para empezar la sinfonía.