Durante muchos años, la prensa sensacionalista describió a Myra Hindley como “la mujer más odiada de Gran Bretaña”. Los crímenes cometidos por Myra Hindley y su amante, Ian Brady, conmocionaron al país y se convirtieron en el punto de referencia con el que se comparaban otros actos de maldad. Hasta que conoció a Ian, Myra había sido una chica aparentemente normal, con fuertes creencias religiosas. Amaba a los niños y a los animales, y era muy solicitada como canguro. Incluso llegó a viajar esporádicamente a Londres para dedicarse al cuidado de niños. Pero cuando Ian y Myra se hicieron amantes, Myra estaba preparada para hacer cualquier cosa que él le pidiera. ¿Se puede convencer a una persona para que mate por amor? Ian Brady declaró que Myra Hindley era una mentirosa y una manipuladora, y que estaba tan dispuesta a matar como él.
Myra Hindley fue la primera asesina en serie de la historia. Puede decirse que compartió protagonismo y popularidad en el Reino Unido con los Beatles y con la recién estrenada píldora anticonceptiva. Myra Hyndley y su pareja mataron cruelmente a cinco niños en las proximidades de Manchester, tras torturarlos y violarlos.
El 15 de noviembre de 2002 después de una enfermedad pulmonar, Myra sufre un ataque cardíaco y es ingresada en el hospital donde pocas horas después muere en compañía de un sacerdote. Myra, por aquel entonces, había abandonado la idea del perdón. Fue incinerada y sus cenizas fueron lanzadas al viento.
Esto es no pretende ser un documento sobre los hechos que ocurrieron. Es sólo un ensayo apasionado, la enunciación de un cúmulo de preguntas que nunca encontrarán respuestas, una mirada desde el observatorio en el cual nos protegemos de los terrores, pero que no siempre funciona. Es entonces cuando no podemos evitar encontrarnos con los fantasmas.
***
Aún recuerdo las suaves planicies, las praderas que recorrimos con aquellos niños de cabellos rubios y rizados. Aún recuerdo sus nombres, el de cada uno de ellos, los nombres y apellidos que me hicieron repetir durante los interrogatorios, durante los juicios y que sólo llegué a conocer cuando ya no estaban con nosotros, cuando ya habían muerto entre nuestras manos. Aquellos cuerpos… Lo demás, los insultos, las condenas, las madres invocando el infierno y el dolor para mi alma inmortal… han dejado de importarme y es mi propia fe la que me sostiene en estos últimos días que ahora me toca vivir. Pese a todo no he tenido una mala vida aunque hace tiempo supe que nunca alcanzaría la libertad. Pero… ¿qué es lo que somos? ¿Somos acaso la suma de nuestros actos? ¿O somos algo más que simplemente esto?
No creo en el diablo pero daba paseos con él. De esto hace ya más de 30 años. Me poseyó y yo permití que lo hiciese, lo consentí y me gustó hacerlo. Tal vez es por ello que un sacerdote me acompañó en mi lecho de muerte, para que pudiese expiar mis pecados, para que pudiese alcanzar el perdón divino. Soy Myra Hindley, la asesina de niños, y jamás alcanzaré la salvación. Pese a todo, junto al sacerdote hice acto de confesión. Allí me despedí por última vez de Lesley Ann. Oh, la pequeña cerdita chillona, colgada de una cuerda, desnuda, sólo con sus calcetines, llorando, gritando. Luego supe que tenía 10 años. Oh, Lesley Ann y sus pequeños granos blancos, repulsivos. La fotografiamos, él y yo la fotografiamos porque disfrutábamos con ello. La grabamos con nuestro magnetofón, grabamos sus chillidos de cerdita y grabé mi propia voz que luego, al escucharla, me resultó sorprendentemente amenazadora, excitantemente amenazadora, tanto que no podía creer que fuese yo. Y eso me gustaba, me gustaba ordenarle que se callase, que cerrase su maldita boca, así lo grité, que lo hiciera de inmediato. Pero no lo hizo, la cerdita, y entonces tuve que golpearla hasta la extenuación antes de enterrarla en el páramo. Aquel maravilloso páramo que se volvía amarillo durante el otoño de hojas muertas, aquel maravilloso lugar que tantas tardes recorrí…
Pero no nos detuvimos. John, querido John, ya nunca llegarás a ser un hombre. Esta noche será tu última noche, querido John. Y a Edward, tan fácil de engañar por aquellas seductoras luces y mi fascinación por todo ello, Edward, querido cerdito, aquella fue tu última noche y tu mamá ya no te verá más, ya nunca más acariciará tu pelo sagrado porque el hacha se hundió sobre tu tierno cráneo como si fuese la mantequilla del desayuno.
Pero aquel páramo, aquel hermoso lugar, mi fascinación por el páramo de luces oblicuas… aquel sagrado lugar.
No, no soy el diablo. El Diablo son cosas que haces, no algo que eres. Soy humana y tuve miedo. Ahora ya no. Yo era una buena chica católica hasta que él llegó y entonces todo cambió. Yo era una chica humilde que rezaba. Yo no era una pecadora. Pero todo cambió.
Antes de morir supe que alguien me había convertido en un icono, que habían colgado una enorme fotografía de mi rostro entre otras obras de arte. Supe después de muerta que la fotografía, mi rostro, habían sido decorados por las pequeñas manitas de cientos de niños manchadas en pintura, creando un efecto espectral. Me pregunto ahora porque hicieron aquello, cuál era el significado. Mi cabello rubio, mis ojos ojerosos y cansados se habían convertido en la encarnación del mal. Dijeron de mí que posiblemente mi cabello eran serpientes. Medusa. Medusa.
Niños de sexos desplazados, niños con genitales en lugar de nariz, penes, vaginas en las orejas, accesibilidad sexual, hipocresía, repulsión, cuerpos grotescos, ridículos, que nos provocaban una terrible hilaridad, así los veíamos. No puedo evitar seguir viéndolos así ahora. Concupiscencia camuflada pero () ¿Dónde estoy? ¿Dónde estuve? En un lugar donde los niños eran sagrados. Yo me encargué de su profanación y disfruté haciéndolo, disfruté del sexo con ellos. Fue la represión de ese sexo lo que me incitó al pecado. La represión del sexo hizo que el sexo estuviese siempre presente. Y yo estaba allí.
Yo sólo era una humilde chica inocente. Así había vivido durante 16 años, mis primeros 16 años, pero desde algún lugar oscuro llegó el fin de aquella inocencia. O tal vez se encontraba dentro de mí. Ya no lo recuerdo. Pero sé que mi propia imagen me resultaba a la vez terrorífica y excitante. Algo terriblemente sexual y creo que fue esa sexualidad la que hizo que el icono tuviese mayor atractivo. Aquella carga de sexualidad mezclada de terror a la muerte y más a una terrible muerte como fueron aquellas. No podría negarlo ya. Tampoco querría. Sí, yo los maté y disfruté haciéndolo, ¿es posible la redención? No lo sé pero la tentación de sentirme una Diosa encarcelada era tan tentadora, con las manos de todos aquellos niños rindiendo pleitesía a su Diosa, haciendo una ofrenda a su Diosa dentro de un ritual a la vez terrorífico y orgásmico. Aquellos niños fueron partícipes de los crímenes. Todos ellos habitan ahora en mí, han dejado una huella en mí, una huella que yo siento altamente sexual. ¿Estoy siendo blasfema? No importa ya. Creo en la redención pero.. fue tan halagador sentirse una diosa sexual.
Myra, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía.
De pronto todos mis tristes y limitados infinitos desaparecieron y mis sueños se realizaron. Lo conocí cuando tenía tan sólo 16 años y nada más verlo me resultó tan terriblemente excitante. No pude soportar su magnetismo y me enamoré perdidamente de él. Hubiese hecho lo que me hubiese pedido. Me fascinaban las historias de su estancia en la cárcel, su excitación por torturar animales, por matar pequeñas mascotas, su ideología que no alcanzaba a entender pero su forma de contarla tan convencida y creo que él vio en mí algo que nadie antes había descubierto, ni yo misma. Yo tenía sólo 16 años pero quería que poseyese mi cuerpo pero sobre todo quería que poseyese mi alma y mi voluntad. Me pregunto ahora si se puede separar lo que somos de lo que hacemos, nuestros actos, sean los que sean. Entonces, con él en mi vida todo comenzó de nuevo desde un abismo de sexo y violencia dentro de una realidad cercana, controlable, aprehensible por ambos, juntos, juntos. Luego llegaron los niños, pequeñas mascotas ingenuas, como cachorros de lo que sea. Los engañamos fácilmente. Los llevamos al páramo. Los violamos. Los matamos. Sé que allí donde ellos estén allí estoy yo también, hay una parte de mí que nunca los abandonará. No siento emociones ya, las serpientes se han calmado pero mi cuerpo continúa marcado por las huellas de aquellos cinco niños. Aún los siento morir, enfriarse, aún los llevo en la retina y no necesito la memoria para verlos de nuevo.
Ahora ya todo ha terminado. Se acabó el tiempo del arrepentimiento. Se acabó el tiempo de la piedad. Nunca alcanzaré la libertad. Nunca alcanzaría la libertad aunque saliese de aquí. Nunca alcanzaría la libertad aunque me librase de las madres que aún tienen pesadillas con los cabellos rizados de sus niños, esos cabellos que ya nunca acariciarán. Esas madres que desean que arda en el peor de los infiernos. Ni aún así alcanzaría la libertad porque soy esclava de esos cinco niños, igual que ellos lo son míos. Nuestras almas condenadas viajan juntas. Donde ellos estuvieron, donde ellos murieron, aquel páramo brumoso, allí estaba yo. Donde están ahora, de alguna manera, allí estoy yo. Los veo llegar con mis ojos de medusa.
<p class="Standard" style="line-port