Archivo mensual: diciembre 2012

Prosa desde el observatorio XIII: el sabor de tus pechos de porcelana (relato de Navidad)

Corazón contra pulmones. Corazón contra entrañas. Corazón que se arroja al vacío un 22 de Noviembre y que ya no pide más: se ha rendido a la imposibilidad de triunfar en aquella búsqueda. Conmovedora imagen de rictus cansado, brazos agotados en cuerpo mutilado que espera, dosificando sus fuerzas para cumplir con las últimas expectativas, para terminar el texto que debe escribir, máscara de una vida agotada, exhausta… Se fue la inspiración. Pero el escrito que ha de terminar, el escrito que ha de legar a su único vástago no podrá tener jamás una lectura definitiva, mutará en cada una de ellas y según el tiempo, el lugar y el espacio en el que sea leído tendrá un distinto significado. Elegir nuestra muerte no es un acto de cobardía sino una demostración de nuestra libertad. Allá desde lo alto del observatorio será desde donde comience a volar.

Me abrazaste al verme aquella víspera de año nuevo y detrás de tu abrigo beige, con las manos extendidas sentí tus costillas y tu respiración cercana calentando mi cuello. Sonreías porque te quedabas y porque, como te dije, nunca nada malo sería para siempre. Entonces comenzaste a creerme y a comprender. No más espacio entre nosotros, no más tiempo dejado pasar, no más noticias desde la distancia. Veinticinco años sin verte, no sé de dónde ha salido media vida sin verte porque tampoco quiero que mi vida vaya más allá de media vida. Hoy ya no tengo ni hambre, ni frío ni sueño en este planeta escondido.

Caminamos con un vaso de café humeante en nuestras manos enfundadas cogidos del brazo. Caminamos hacia el observatorio del que te hablé en nuestra correspondencia y que era mi hogar desde hacía algún tiempo y que ahora sería también el tuyo. Desde allí debía verse el comienzo del nuevo mundo mejor que desde ningún otro lugar. Desde allí había visto correr la sangre por las calles. Desde allí había visto caer a la gente por el hambre, a llevar a las madres el cadáver de sus hijos entre los brazos, los locos escapados bailar la danza progresista que habían inventado. El suicidio paródico de la sociedad occidental. Cicuta para todos. Desde el observatorio engendraríamos un hijo que sería nuestro y al que llamaríamos Ratón. Caminamos con el café humeante con tu brazo enhebrado en el mío, formando un ovillo oblicuo. Me hablaste de las montañas, de la nieve, de los libros que leías, de tus gripes y delos lagos donde escuchábamos las campanadas de las catedrales que repicaban a lo lejos. Me hablaste del círculo y yo te hablé del horror del superviviente. Me contentaste elogiando la fuerza del superviviente. Te advertí que, en cualquier caso, moriría pronto, que había gente que decía que estaba loco y que casi no podía respirar: la angustia impedía que el aire entrase en mis pulmones, mi diafragma se ocluía y que mi suerte había terminado si es que alguna vez la tuve. Me contestaste que te quedarías conmigo hasta el final. Me contestaste que irías donde yo fuese y que sería Ratón el que proseguiría el camino.

Subimos, peldaño a peldaño hasta lo más alto del observatorio. Yo jadeaba. Tú me sonreías y tu sonrisa de Monalisa decía “no pasa nada, es tu cabeza la que domina a tu cuerpo”. Allí arriba, algunas decenas de metros debajo de nosotros había quedado el gran arco de entrada a la ciudad, aquel monumento que tantas veces habíamos visto pero que nunca habíamos mirado. Hoy era el primer día y a lo lejos, horizontal, una ciudad inabarcable que comenzaba a morir y a renovarse al mismo tiempo. Nos instalamos en nuestro estrato, frente a los ventanales que rodeaban aquella estancia circular y a estudiar las posibilidades que nos ofrecería: un camastro para dos aquí, un telescopio allí, todo en el lugar más favorable para observar todos los momentos de desterrorialización que estaban por venir: la ciudad giraba, cambiaba de forma, se expandía hoy, se contraía mañana, lo que hoy era un centro de poder era un desierto mañana y sus habitantes había migrado a otro territorio. Todo estaba por hacer y era mucho lo que quedaba pero nosotros dos, con los dedos de las cuatro manos entrelazados y con  las cuatro piernas anudadas habíamos encontrado una posible línea de fuga, aquel escondite hacia donde ya nadie miraba. Mirándote a la frente y después a los ojos y a tu nariz moqueante por el frío  te expliqué que aquel  observatorio era el primer fragmento de una nueva tierra. Dime, me dijiste, ¿si la finalidad de la existencia no es el placer, cómo es que nos han convencido para que existamos? Y me diste una friega en el pecho con tus senos de porcelana.

Fuera del observatorio también era Navidad.

Los números de 2012

Los duendes de las estadísticas de WordPress.com prepararon un informe sobre el año 2012 de este blog.

Aquí hay un extracto:

600 personas llegaron a la cima del monte Everest in 2012. Este blog tiene 5.000 visitas en 2012. Si cada persona que ha llegado a la cima del monte Everest visitara este blog, se habría tardado 8 años en obtener esas visitas.

Haz click para ver el reporte completo.

Myra, confesiones

 

Durante muchos años, la prensa sensacionalista describió a Myra Hindley como “la mujer más odiada de Gran Bretaña”. Los crímenes cometidos por Myra Hindley y su amante, Ian Brady, conmocionaron al país y se convirtieron en el punto de referencia con el que se comparaban otros actos de maldad. Hasta que conoció a Ian, Myra había sido una chica aparentemente normal, con fuertes creencias religiosas. Amaba a los niños y a los animales, y era muy solicitada como canguro. Incluso llegó a viajar esporádicamente a Londres para dedicarse al cuidado de niños. Pero cuando Ian y Myra  se hicieron amantes, Myra estaba preparada para hacer cualquier cosa que él le pidiera. ¿Se puede convencer a una persona para que mate por amor? Ian Brady declaró que Myra Hindley era una mentirosa y una manipuladora, y que estaba tan dispuesta a matar como él.

Myra Hindley fue la primera asesina en serie de la historia. Puede decirse que compartió protagonismo y popularidad en el Reino Unido con los Beatles y con la recién estrenada píldora anticonceptiva. Myra Hyndley y su pareja mataron cruelmente a cinco niños en las proximidades de Manchester, tras torturarlos y violarlos.

El 15 de noviembre de 2002 después de  una enfermedad  pulmonar, Myra sufre un ataque cardíaco y es ingresada en el hospital donde pocas horas después muere en compañía de un sacerdote. Myra, por aquel entonces, había abandonado la idea del perdón. Fue incinerada y sus cenizas fueron lanzadas al viento.

Esto es no pretende ser un documento sobre los hechos que ocurrieron. Es sólo un ensayo apasionado, la enunciación de un cúmulo de preguntas que nunca encontrarán respuestas, una mirada desde el observatorio en el cual nos protegemos de los terrores, pero que no siempre funciona. Es entonces cuando no podemos evitar encontrarnos con los fantasmas.

 

***

 

Aún recuerdo las suaves planicies, las praderas que recorrimos con aquellos niños de cabellos rubios y rizados. Aún recuerdo sus nombres, el de cada uno de ellos, los nombres y apellidos que me hicieron repetir durante los interrogatorios, durante los juicios y que sólo llegué a conocer cuando ya no estaban con nosotros, cuando ya habían muerto entre nuestras manos. Aquellos cuerpos… Lo demás, los insultos, las condenas, las madres invocando el infierno y el dolor para mi alma inmortal… han dejado de importarme y es mi propia fe la que me sostiene en estos últimos días que ahora me toca vivir. Pese a todo  no he tenido una mala vida aunque hace tiempo supe que nunca alcanzaría la libertad. Pero… ¿qué es lo que somos? ¿Somos acaso la suma de nuestros actos? ¿O somos algo más que simplemente esto?

 

No creo en el diablo pero daba paseos con él. De esto hace ya más de 30 años. Me poseyó y yo permití que lo hiciese, lo consentí y me gustó hacerlo. Tal vez es por ello que un sacerdote me acompañó en mi lecho de muerte, para que pudiese expiar mis pecados, para que pudiese alcanzar el perdón divino. Soy Myra Hindley, la asesina de niños, y jamás alcanzaré la salvación. Pese a todo, junto al sacerdote hice acto de confesión. Allí me despedí por última vez de Lesley Ann. Oh, la pequeña cerdita chillona, colgada de una cuerda, desnuda, sólo con sus calcetines, llorando, gritando. Luego supe que tenía 10 años. Oh, Lesley Ann y sus pequeños granos blancos, repulsivos. La fotografiamos, él y yo la fotografiamos porque disfrutábamos con ello. La grabamos con nuestro magnetofón, grabamos sus chillidos de cerdita y grabé mi propia voz que luego, al escucharla, me resultó sorprendentemente amenazadora, excitantemente amenazadora, tanto  que no podía creer que fuese yo. Y eso me gustaba, me gustaba ordenarle que se callase, que cerrase su maldita boca, así lo grité,  que lo hiciera de inmediato. Pero no lo hizo, la cerdita,  y entonces tuve que golpearla hasta la extenuación antes de enterrarla en el páramo. Aquel maravilloso páramo que se volvía amarillo durante el otoño de hojas muertas, aquel maravilloso lugar que tantas tardes recorrí…

Pero no nos detuvimos. John, querido John, ya nunca llegarás a ser un hombre. Esta noche será tu última noche, querido John. Y a Edward, tan fácil de engañar por aquellas seductoras luces y mi fascinación por todo ello, Edward, querido cerdito, aquella fue tu última noche y tu mamá ya no te verá más, ya nunca más acariciará tu pelo sagrado porque el hacha se hundió sobre tu tierno cráneo como si fuese la mantequilla del desayuno.

Pero aquel páramo, aquel hermoso lugar, mi fascinación por el páramo de luces oblicuas… aquel sagrado lugar.

 

No, no soy el diablo. El Diablo son cosas que haces, no algo que eres. Soy humana y tuve  miedo.  Ahora ya no. Yo era una buena chica católica hasta que él llegó y entonces todo cambió. Yo era una chica humilde que rezaba. Yo no era una pecadora. Pero todo cambió.

 

Antes de morir supe que alguien me había convertido en un icono, que habían colgado una enorme fotografía de mi rostro entre otras obras de arte. Supe después de muerta que la fotografía, mi rostro, habían sido decorados por las pequeñas manitas de cientos de niños manchadas en pintura, creando un efecto espectral. Me pregunto ahora porque hicieron aquello, cuál era el significado. Mi cabello rubio, mis ojos ojerosos y cansados se habían convertido en la encarnación del mal. Dijeron de mí que posiblemente mi cabello eran serpientes. Medusa. Medusa.

Niños de sexos desplazados, niños con genitales en lugar de nariz, penes, vaginas en las orejas, accesibilidad sexual, hipocresía, repulsión, cuerpos grotescos, ridículos, que nos provocaban una terrible hilaridad, así los veíamos. No puedo evitar seguir viéndolos así ahora. Concupiscencia camuflada pero () ¿Dónde estoy? ¿Dónde estuve? En un lugar donde los niños eran sagrados. Yo me encargué de su profanación y disfruté haciéndolo, disfruté del sexo con ellos. Fue la represión de ese sexo lo que me incitó al pecado. La represión del sexo hizo que el sexo estuviese siempre presente. Y yo estaba allí.

 

Yo sólo era una humilde chica inocente. Así había vivido durante 16 años, mis primeros 16 años, pero desde algún lugar oscuro llegó el fin de aquella inocencia. O tal vez se encontraba dentro de mí. Ya no lo recuerdo. Pero sé que mi propia imagen me resultaba a la vez terrorífica y excitante. Algo terriblemente sexual y creo que fue esa sexualidad la que hizo que el icono tuviese mayor atractivo. Aquella carga de sexualidad mezclada de terror a la muerte y más a una terrible muerte como fueron aquellas. No podría negarlo ya. Tampoco querría. Sí, yo los maté y disfruté haciéndolo, ¿es posible la redención? No lo sé pero la tentación de sentirme una Diosa encarcelada era tan tentadora, con las manos de todos aquellos niños rindiendo pleitesía a su Diosa, haciendo una ofrenda a su Diosa dentro de un ritual a la vez terrorífico y orgásmico. Aquellos niños fueron partícipes de los crímenes. Todos ellos habitan ahora en mí, han dejado una huella en mí, una huella que yo siento altamente sexual. ¿Estoy siendo blasfema? No importa ya. Creo en la redención pero.. fue tan halagador sentirse una diosa sexual.

 

Myra, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía.

 

De pronto todos mis tristes y limitados infinitos desaparecieron y mis sueños se realizaron. Lo conocí cuando tenía tan sólo 16 años y nada más verlo me resultó tan terriblemente excitante. No pude soportar su magnetismo y me enamoré perdidamente de él. Hubiese hecho lo que me hubiese pedido. Me fascinaban las historias de su estancia en la cárcel, su excitación por torturar animales, por matar pequeñas mascotas, su ideología que no alcanzaba a entender pero su forma de contarla tan convencida y creo que él vio en mí algo que nadie antes había descubierto, ni yo misma. Yo tenía sólo 16 años pero quería que poseyese mi cuerpo pero sobre todo quería que poseyese mi alma y mi voluntad. Me pregunto ahora si se puede separar lo que somos de lo que hacemos, nuestros actos, sean los que sean. Entonces, con él en mi vida todo comenzó de nuevo desde un abismo de sexo y violencia dentro de una realidad cercana, controlable, aprehensible por ambos, juntos, juntos. Luego llegaron los niños, pequeñas mascotas ingenuas, como cachorros de lo que sea. Los engañamos fácilmente. Los llevamos al páramo. Los violamos. Los matamos. Sé que allí donde ellos estén allí estoy yo también, hay una parte de mí que nunca los abandonará. No siento emociones ya, las serpientes se han calmado  pero mi cuerpo continúa marcado por las huellas de aquellos cinco niños. Aún los siento morir, enfriarse, aún los llevo en la retina y no necesito la memoria para verlos de nuevo.

 

Ahora ya todo ha terminado. Se acabó el tiempo del arrepentimiento. Se acabó el tiempo de la piedad. Nunca alcanzaré la libertad. Nunca alcanzaría la libertad aunque saliese de aquí. Nunca alcanzaría la libertad aunque me librase de las madres que aún tienen pesadillas con los cabellos rizados de sus niños, esos cabellos que ya nunca acariciarán. Esas madres que desean que arda en el peor de los infiernos. Ni aún así alcanzaría la libertad porque soy esclava de esos cinco niños, igual que ellos lo son míos. Nuestras almas condenadas viajan juntas. Donde ellos estuvieron, donde ellos murieron, aquel páramo brumoso, allí estaba yo. Donde están ahora, de alguna manera, allí estoy yo. Los veo llegar con mis ojos de medusa.

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Prosa desde el observatorio XII: cinco mil kilómetros hacia ninguna parte

Ratón caminaba a cuatro patas junto a Perrín por los andenes de la vieja estación. Los dos le hablaban a las viejas locomotoras y a sus vagones. Les gritaban, vociferaban, ladraban a aquellas viejas serpientes para provocar una respuesta. Pero estaban muertas o al menos dormidas. Sherezade los miraba riéndose a carcajadas desde lo alto de una barandilla. Gritaba también, histericamente, alternaba risas con estornudos o con aullidos de coyote y Ratón miraba a Perrín y le decía raff, raff y Perrín contestaba urff, urff. Algunas cosas acaban bien, otras acaban mal, parecían decirse en el idioma de perro que Ratón había aprendido a comprender. Cuando terminaron con su pequeña fiesta Ratón se sentía fatigado. Se levantó del suelo y caminó hacia Sherezade. Su camisa blanca de tirolés estaba llena de polvo, anegratada por la mugre del largo camino. ¿Cómo saldremos de aquí?

Mi madre hacía libros. Los fabricaba en su pequeña editorial donde empezaba y terminaba todo el proceso ella sola. Los cosía a mano, los encuadernaba, los forraba con papel celofán de colores, elegía los materiales, los tipos de papel según la temática del libro: carbónico para los escritos por mujeres, calandrado para los técnicos, couché para ser leídos por lectores con gafas o monóculos, estucado, Biblia, crespón para Pinocho, el italiano… Eran libros maravillosos. Vivía cerca de un lago y tomaba gintonics en el cabaret Voltaire. Veíamos caer la nieve desde la ventana o al volver del colegio en trineo y siempre me decía que debía resistir. Tal vez por eso estoy aquí. Sherezade miraba el horizonte infinito de las vías del ferrocarril. A ella también le impresionaba aquel animal mecánico viejo y melancólico, enredado por una jungla que crecía descontroladamente. Así es más bello, pensaba.

Yo haré funcionar el monstruo para ti, le dijo a Ratón. ¿Cómo lo harás? Mi padre era fresador, mi abuelo trabajaba la madera, mi bisabuelo fabricaba figuras de arcilla como hizo Dios con Adán y mi tatarabuelo, según recuerdo, forjaba herraduras para caballos. No puede ser muy distinto. Sherezade dio un salto y bajó al suelo ágilmente desde la barandilla. Caminó hacia la máquina y entró en ella como en la lomo de una ballena. Desapareció en la oscuridad. Dentro vio todo el engranaje de aquel ingenio mecánico, rápidamente se dirigió a la vieja parrilla en la parte interna del hogar, donde se quema el combustible y se absorbe el vapor. Abrió la portezuela y recolocó la vieja bóveda de ladrillo, situó los cilindros y la tubería, que se había desplomado y había dejado la válvula maltrecha y descangallada. De pronto algo empezó a oler dentro y fuera de la caverna de acero y el pistón comenzó a moverse, lentamente primero, más rápido después. Dio media vuelta a la manivela y el pistón comenzó su natural movimiento giratorio, el que quitando los frenos de la máquina haría que todo se moviese y finalmente las ruedas se desplazasen por los railes infinitos. Un sonido de desastre comenzó a escucharse. Después el sonido se transformó en una melodía constante y armoniosa como la de los pianos de Satie. Entonces, en sus lectura memorizadas sobre Watt recordó que por alguna parte debía haber un regulador centrífugo y un gran volante de inercia para gobernarla. Miro a su alrededor y allí estaban. La máquina estaba preparada para partir. Ratón y Perrín miraban desde afuera, con la boca abierta. Sherezade bajó por la escalinata de la locomotora y se acercó a ellos. Bien, ahora cantemos a las locomotoras de amplio pecho que piafan por los rieles cual enormes caballos de acero embridados por largos tubos… Con ella llegaremos a donde quieras llegar. Viajeros al tren.

5000

5000. Ya son 5000 los que hemos leido y bebido con El Perro Cotilla. En Singapur,  en el Teherán del Ayatolah, en Taipei, en Buenos Aires, en Chinchón, en el Zurich dulzón, en el glorioso DF, en el Dublín de Mr. Bloom, en Brisbane, en el convulso Madrid, en el Matto Grosso, en el radioactivo Tokio,  en los colegios, en las iglesias y en los putis, las marcianitas, las selenitas, todas las Elenitas… Estamos bien. Hemos estado bien en 2012 pero eso ya es pasado. No tenemos un año cumplido y ya queremos más. Incendiarlo todo con literatura, romper los muebles, quitarnos el corset, ser un martillo, ser un lirio. Gracias perrunos, allá donde estéis. Y os prometo que el libro está en marcha… El Perro manda.

 

 

TOP TEN en el Perro Cotilla (échales un vistazo antes de que salga el libro).

Hoy soy ramera. Hoy soy la pera. 108
Prosa desde el observatorio V. Tu útero es mi esperanza 78
Desmontando a Beatriz 74
Despedidas 70
Prosa desde el observatorio IV: más cerca de Dios 68
Sara 54
Prosa desde el observatorio VII: el intelectual y la máquina 51
El perro cotilla. La caseta del chucho 50